En el estudio semiótico del Strip-Tease hecho por Roland Barthes, hay una definición lapidaria y genial de ese espectáculo erótico que todos conocemos: “El Strip-Tease desexualiza a la mujer en el mismo momento en que la desnuda”, afirma el gran erudito francés. Y yo me he estado devanando los sesos leyendo ese estudio de Barthes contenido en su libro “Mitologías”, del 1957; porque no hay nada más parecido a la política dominicana en este momento que un Strip-Tease.
La ambición de Danilo Medina ha obligado a todo el mundo a desnudarse, comenzando por él mismo, que exhibe su cuerpo desnudo como un atributo de perfección. Sin ser excitante, desexualizado, portador de un silencio que pertenece al orden de lo maravilloso. Y esto puede leerse en la importancia, el cuidado, y las pompas con que sus publicistas tejen su imagen (salta un charquito, toca la frente de un niño, abraza un viejito, sonríe a una parturienta; siempre es portador de “buenas noticias” etc); para que la simulación sea un ropaje. Cuando el maquillador de imagen Joan Santana lo obligó a saltar el primer charco, (en un gesto ridículo porque el ángulo de la foto deja ver claramente que había espacio suficiente para evadirlo en un rodeo simple) construía la coartada de humildad en la que el ambicioso se refugiaba. Simulaba, en todos los sentidos de la palabra.
Después, en el confort envolvente del dominio del poder, arrasó con todas las convenciones sociales. El tipo se “encueró”, se quedó “en pelota”, se despojó pieza a pieza del invisible muro de mala fe con que cubría su ambición. En el mismo momento en que sacó al aire todas sus pudibundeces se desexualizó, como dice Barthes. Y obligó a todos a practicar el Strip-Tease. Los más abnegados seguidores de Leonel Fernández tuvieron que asumir la sumisión y el suplicio negándose a sí mismos mientras se quitaban la ropa. Los Judas le brotaban por todas partes. Y él mismo, Leonel Fernández, se estancó en el oprobio siendo ya, más que un líder, un mártir inexorable. Como el poder es su vértigo, compró a la “oposición”.
Miguel Vargas y Peggy Cabral están exceptuados del Strip-Tease porque siempre han andado desnudos, y el PRSC es la comedia familiar que no tiene más que una pasión: el dinero. En menos de quince días modificó la constitución, usó el presupuesto sin ninguna piedad, repartió el Estado he hizo del país una nación inmóvil. Supeditado a su ambición, todos se reelegirán. El 87% de los diputados y senadores continuarán en sus puestos, la boleta electoral tiene su cara en los primeros diecisiete recuadros, maneja el 94% de los fondos que el Estado dedica a los partidos, tiene todo el dominio del presupuesto nacional, los árbitros electorales (Junta Central y Tribunal) comen alpiste de sus manos, gasta más de ocho mil millones en propaganda, y su grupo económico dispone de dinero para desplegarse sin obstáculos por todo el país. Se apropió con violencia de todo el modelo de dominación social que el PLD construyó en quince años, y lo llevó al extremo. Esa es la realidad que quedó develada con el Strip-Tease de Danilo.
En el libro “Mitologías” que cité al principio de este artículo Roland Barthes afirma: “La función del mito es eliminar lo real”. Y los dominicanos lo estamos viviendo de manera rotunda: ese liderazgo avasallador de Danilo Medina, ese mito, es producto de un manejo inescrupuloso de todos los recursos públicos, y de la ausencia casi absoluta de un marco institucional en nuestra historia. No es una idea, ni un proyecto social; es una manipulación grosera que tiende a evaporar con la propaganda la realidad que ha impuesto el modelo político. Quien mejor lo sabe es el propio Danilo Medina, que manipula la pobreza material y moral del país, que por su experiencia destronando a Leonel Fernández aprendió que con un mito no estamos “en una relación de verdad, sino de uso”; y que entiende que funcionalmente su poder y grandeza de hoy equivalen exactamente al que ayer tuvo Leonel. Haga lo que haga, Danilo Medina es una construcción que, cuando se desnuda, tiene un insoportable tufo a consigna y a engaños.
Aun así, en el hueco de los riñones, siento el estremecimiento del miedo. Odio la dictadura.
Andrés Luciano Mateo
Hoy
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