La delincuencia está arropando la nación. Su semilla se ha sembrado en todos los sectores y estratos de la sociedad. Florece por doquier. Los ramilletes más grandes surgen de la cúpula del Estado y partidos políticos.
Los exhiben sin temor, más bien con orgullo. Son admirados, aplaudidos, justificados. Son intocables. Más aun si es funcionario gubernamental, congresista o dirigente político de alto nivel.
La impunidad los protege. Tras una fortuna adquirida con rapidez, difícil de justificar, archivan su expediente. Calificarlo de corrupto es pecado mortal, aunque hayan tomado recursos del pueblo y sean culpables del hambre y miseria de la mayoría.
La población, impotente, observa sus acciones, su desfile y la alfombra que le tiende la Justicia, con el aplauso de partidos políticos y medios de comunicación.
El mensaje es claro: “roba, pero roba mucho y con cierta elegancia” para que sea arropado por el manto de la impunidad.
El castigo se aplica a los que se salen de este modelo, a los ladronzuelos de salamis, cuadernos y ‘calizos’. Los que no obtienen la cantidad requerida para ser exonerados del peso de la ley ni lo hacen con garbo.
La delincuencia está institucionalizada. Se le permite a un grupo que sumerge la mayoría en el hambre y empuja a la desesperación.
Lo que está sucediendo en el país no se controla ni erradica cambiando el Jefe de la Policía ni todos sus miembros, ni dándoles más recursos, ni mandando a la calle 4,000 agentes, ni patrullas mixtas.
Necesitamos un cambio de sistema, de valores, acciones ejemplares desde la cúpula para ir mejorando el comportamiento de la sociedad.
Debe adecentarse la más poderosa fuente de aprendizaje: la estructura del Estado. El pueblo aprende de sus líderes.
No se justifica que se vuelvan multimillonarios con rapidez ni que tengan salarios de lujo sin trabajar, ni que traicionen y vendan los principios de partidos políticos a cambio de dinero o posiciones publicas.
Eso es delincuencia. Esas lecciones las aprende el pueblo ¿Quién las repudia? Las altas cortes buscan la forma de justificarlas. Empujan los infelices a cometer infracciones.
La cúpula con acciones ejemplares puede enseñar a ser honestos.
Erradicar la delincuencia no es cuestión de ir a barrios para buscar a quien acusar de serlo. No es atacar ramitas ni los frutos, deben ir a las raíces, a los troncos.
Son delincuentes los que mal administran los bienes del pueblo, beneficiando un grupito, los que fomentan la desigualdad social.
Desesperan los infelices, los empujan a aprender ese oficio, a buscar cualquier medio para que sus hijos tengan comida.
El jefe de la Policía, Nelson Peguero, además de licenciado en Ciencias Jurídicas, es ingeniero de Sistema. Sabe que la delincuencia común, al igual que la de cuello blanco y el crimen organizado, ha crecido en la sociedad.
Dijo que esta “preparado para combatir el delito en el terreno que ellos (los delincuentes) quieran”. Ojalá pueda promover una reunión con miembros del Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial, para hacer una reingeniería de toda la estructura del Estado. Solo así su labor podrá ser exitosa.
Más que mano dura, necesitamos cerebros inteligentes, pero bien intencionados, con el firme propósito de combatir con coraje las raíces de los males y lograr un desarrollo integral, equilibrado, humano, donde impere la justicia social y el respeto a los más necesitados.
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