De manera sostenida, durante los gobiernos del PLD nuestro país se ha situado entre los países que se destacan por ocupar los peores lugares en indicadores claves que determinan la calidad de vida de su población, el grado de competencia y transparencia en el manejo de los recursos públicos de parte de los grupos que controlan la administración del Estado. Continuamente, diversos estudios de instituciones nacionales y extranjeras dan cuenta del nivel de corrosión y corrupción de esta sociedad, de las manchas que la lastran, sin que pueda esperarse que este gobierno sea capaz de enfrentar esa situación, dado su origen y naturaleza.
Ocupamos el 8 lugar entre los diez países con mayor nivel de niñas y adolescentes embarazadas a nivel mundial y tercero en América Latina, (cerca del 40% embarazadas y 34% madres). Un drama individual y social, pues son niños o niñas que se criarían en una estructura familiar inestable y niñas y/o adolescentes que al dejar sus estudios incrementarían su vulnerabilidad, marginalidad y pobreza. Somos los segundos peores en cuanto a la calidad de la educación, algo que se nota en la calidad de la mano de obra industrial y de servicios; muchos extranjeros, sobre todo venezolanos y cubanos están ocupando los puestos de servicio al cliente en varias empresas.
El bajo nivel educativo se reflejaría también en que somos el país con mayor proporción de muertes por accidente de tránsito, 41.7 por cada 100,000 habitantes. Hay que destacar que la mayoría son de motociclistas, en gran medida esto sucede porque uno de los mayores fracasos de la clase gobernante dominicana ha sido en la solución del transporte público: la gente recurre a los medios privados y la pobreza en que vive la mitad de la población dominicana determina que sea la motocicleta el medio al que se acuda para solucionar la movilidad.
De 47 países con Desarrollo Humano Medio, ocupamos el sexto lugar entre los de mayor casos de homicidios: 25 muertes por cada 100 mil habitantes, otros estudios dicen que son 32, algunos, 29. La ciudad de Santo Domingo tiene 29,1, acercándose a los a los horrorosos niveles de otros países de la región y, además, estamos entre los peores en materia de corrupción, el de peor percepción de inseguridad ciudadana (Arroyo Hondo, barrio de gente acomodada, tiene una de las calles del país de mayor cantidad de robos y atracos), con las instituciones políticas con menor credibilidad, entre otros pésimos indicadores.
Ese ominoso balance evidencia el fracaso de la clase política dominicana, de una significativa parte del sector empresarial, de sectores progresistas y de muchos intelectuales, cuya “neutralidad” los sitúa al lado de los peores políticos y saqueadores del país. Pero, la mayor cuota de responsabilidad corresponde al PLD, porque ha sido durante sus gobiernos que este país se ha situado entre los primeros de aquellos países con peores calificaciones en cuanto a seguridad y conciencia ciudadana, educación, calidad del gasto público etc., que son cuestiones claves para el desarrollo integral y calidad de vida.
No existe ninguna perspectiva de que ese balance pueda ser sustancialmente modificado por el presidente Medina, porque el tipo de poder que ha entronizado el PLD basado en la política del cómpralo todo contrólalo todo y corrómpelo todo, de la cual es el principal arquitecto, no puede producir otra cosa que no sea la fractura social, la insolidaridad en importantes franjas de la población, cuya consecuencia nefasta ha sido la generalización de ese desorden social que expresan los terribles indicadores que nos sitúan entre los primeros de los peores. Esperar que este gobierno la modifique es lo mismo que esperar que el grupo que nos desgobierna destruya los fundamentos que lo sostienen en el poder, que se autodestruya.
Esos números que nos sitúan entre los primeros de los peores es, en sentido general, el legado que el PLD dejará al país en su paso por el poder, es el resultado de haber abrazado el conservadurismo del balaguerismo/trujillismo para ascender al control del Estado, de haber destruido la referencia popular que significaba el PRD para consolidar ese control y de haber integrado a su forma de poder a una diversidad de actores y sujetos sociales que una vez tuvieron posiciones progresistas. Es, finalmente, la mancha indeleble para ese partido que nos hace recordar el título de una de las excelentes obras del fundador de su fundador.
César Pérez
Hoy
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