Francisco Ozoria Acosta. Foto: Danelis Sena - DL
Que un hombre de fe como monseñor Francisco Ozoria, arzobispo metropolitano de Santo Domingo, declare públicamente que no cree que en el caso de los sobornos que pagó Odebrecht en República Dominicana haya detenidos o algún tipo de consecuencia, como espera y pide, dice, el pueblo dominicano, no solo refleja las pobres expectativas en torno al caso de un sector importante de la Iglesia Católica sino también de la inmensa mayoría de la población, que parece resignada de antemano a ver nuevamente frustradas sus esperanzas de que por fin se haga justicia con los depredadores de la riqueza pública.
Pero esa resignación, como señalé mas arriba, podría ser solo aparente, producto sin duda del condicionamiento que ha ido creando en el imaginario popular la dilatada historia de impunidad que ha protegido desde siempre a los corruptos, y la señal más clara de que una parte de la población –sociólogos y politólogos dicen que la clase media– está abandonando ese aletargamiento y pasividad son las marchas verdes por el fin de la corrupción y la impunidad.
Hasta dónde ese despertar cívico contagiará al resto de la sociedad es algo que ni siquiera nuestros mejores oráculos políticos o sociológicos se atreven a pronosticar, aunque mucha gente apuesta, sobre todo en el gobierno, a que la heterogeneidad del Movimiento Verde, y sobre todo la ausencia de un liderazgo que lo encarne y dirija, terminará debilitándolo o disolviéndolo con el paso del tiempo.
Esa tampoco es una apuesta segura para el gobierno, y no lo es ni lo será mientras penda sobre su cabeza, cual espada de Damocles, el caso Odebrecht, un factor completamente fuera de su control con la capacidad de trastornar muchos planes, pero también de enviar a unos cuantos jorocones a la cárcel, un milagro que le devolvería la fe perdida a mucha gente que dejó de creer en la justicia dominicana, incluyendo, por supuesto, al arzobispo metropolitano de Santo Domingo.
Claudio Acosta
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