Elvis Presley.
A 37 años de su desaparición física
Deseo aclarar que cuando llegué a este mundo ya Elvis Aaron Presley era la estrella más fulgurante del universo artístico mundial. A través de mis primeros años de infancia recuerdo con absoluta claridad cómo las amigas de mis hermanas y sus amigos llegaban hasta la histeria del fanatismo por este chico nacido en East Tupelo, Mississipí; quien luego a los trece años de edad junto a su familia, se mudó a Memphis, Tennessee.
La historia de su vida es de película, pero ese no es el tema que nos ocupa. Sentí mucha tristeza el día que me enteré de su muerte, precisamente era un feriado de 1977, en el gobierno de los doce años de Joaquín Balaguer. Su carrera había iniciado en 1954 y terminó justamente 23 años después. Murió a la increíble joven edad de 42 años, víctima de su adicción a las drogas y a los medicamentos para dormir y otras dolencias, tan ido a destiempo como el británico John Lennon líder de los Beatles, asesinado cobardemente a los 40.
La periodista Alanna Nash escribió un libro en 2004 sobre la relación de Elvis y el coronel Tom Parker, su manager, los datos que voy a exponer de manera muy breve están extraídos de ese trabajo. Lo hago sobre todo para los más jóvenes, que desconocen cómo fue el último día de Elvis Presley en este planeta. Este 16 de agosto se cumplen 37 años del deceso del más grande artista solista que ha tenido la música popular mundial y, yo no quiero dejarlo pasar inadvertido ante los acontecimientos políticos del día relacionados con los festejos de un nuevo aniversario de nuestra Restauración en República Dominicana.
Marihal / Desde La República Dominicana
Así fue el último día de vida de Elvis Presley
La calurosa noche del 15 de agosto de 1977, Elvis Presley se quitó la piyama de seda azul y, con ayuda de su primo Billy Smith, se puso una camisa de seda blanca, un traje deportivo negro y una botas de charol del mismo color, sin cerrar la cremallera (zipper) porque tenía hinchados los tobillos a causa del edema.
Hacia las 10:30 p.m., después de dar un largo paseo en moto con su novia,
Ginger Alden, se metió al cinto dos pistolas automáticas calibre .45, se puso los lentes oscuros de armazón cromado y se sentó al volante de su
Stutz. En compañía de Ginger, Billy y Charlie Hodge, otro miembro del séquito, condujo al consultorio de su dentista, en la zona este de Memphis, Tennessee; tenía que arreglarse algunos dientes y quería hacerlo antes de partir al día siguiente a Portland, Maine, donde iniciaría una gira de doce días.
Cuando volvieron a la mansión de
Graceland, cerca de la medianoche, Elvis y Ginger subieron a la planta alta, y Billy se retiró al remolque que tenía en la propiedad. Alrededor de las dos de la mañana, Presley habló por teléfono con Larry Geller, quizá su mejor amigo, quien luego contó que el cantante estaba "de muy buen humor, ansioso por irse de gira y lleno de planes". A eso de las cuatro de la mañana, Elvis se sintió con ánimos para un partido de raquetbol e invitó a Billy y a su esposa, Jo, a jugar con Ginger y él. Cuando iban hacia la cancha enpezó a lloviznar.
―No hay problema, yo lo arreglo ―dijo Elvis alzando las manos al cielo. Según Billy, como por arte de magia dejó de llover―, Ahí tienen. Con un poco de fe se puede parar la lluvia.
Pese a su repentino despliegue de energía, Presley estaba débil tras varios días de haber llevado una dieta a base de gelatina, el último de sus desesperados intentos por adelgazar para que volvieran a venirle sus trajes de concierto. No tardó en cansarse, y los cuatro se olvidaron del partido y empezaron a jugar a pegarse con la pelota, pero abandonaron la cancha cuando Elvis, en un mal saque, se dio un raquetazo en la espinilla.
De regreso en la casa, Billy le lavó y le secó el pelo. Mientras charlaban, el Rey sacó a relucir su obsesión por un nuevo libro, Elvis: What Happened? (Elvis; ¿qué pasó?), que divulgaba detalles sobre su deterioro físico y su adicción a las drogas, sobre todo las anfetaminas y los sedantes. En un arrebato, Presley amenazó con llevar a casa a los autores, sus exguardaespaldas Red West, Sonny West y David Hebler, matarlos y deshacerse de los cuerpos. No podía creer que lo hubieran traicionado. Luego, más tranquilo, se puso a ensayar un discurso que pensaba pronunciar en el escenario si sus seguidores, indignados de saber que gastaba cerca de un millón de dólares al año en sus adicciones, lo abucheaban a la hora del concierto.
―Nunca me han humillado ―dijo―, y no van a hacerlo ahora.
Billy completó mentalmente la frase; aunque tenga que dar la cara y admitirlo todo. Desanimado, Elvis rompió a llorar.
―No te preocupes ―lo consoló su primo―, Todo va a salr bien.
Cuando ya se iba, Elvis le anunció:
―Billy, ésta va a ser la mejor gira de mi vida.
A las 7:45 se tomó cuatro o cinco píldoras para dormir, por segunda vez en un lapso de dos horas. Desde niño padecía imsomnio, y el problema empeoró por el consumo de drogas y la vida de estrella de rock. Minutos después volvió a ingerir otras tantas pastillas. No había tomado ningún alimento sólido desde el día anterior. Hacia las ocho se acostó junto a Ginger. La joven, reina de belleza de Memphis, entonces de poco más de veinte años, recordaría posteriormente que despertó y lo vio demasiado nerviosos para dormirse preocupado por la gira.
―Preciosa, voy al baño a leer un rato ―le dijo.
―Está bien, pero no te quedes dormido.
―No te preocupes.
En el baño, Elvis tomó de un estante The Scientific Search for the Face of Jesus ("La búsqueda científica del rostro de Jesús"), un libro sobre el Santo Sudario de Turín, a la espera de que le hicieran efecto los somníferos.
Elvis Presley fue escogido el artista del siglo XX en los Estados Unidos.
Ese 16 de agostos, poco antes del mediodía, Billy Smith entró a la mansión de Graceland y se encontró a Al Strada, miembro de la comitiva, haciendo las maletas del vestuario.
―¿Alguien ha visto al jefe? ―le preguntó.
―No, no hay que despertarlo hasta las cuatro de la tarde.
Dudando que alguno de los Stanley, los hermanastros de Elvis, hubiera ido a ver cómo estaba, Billy decidió subir, pero a media escalera recapacitó; Si no lo han visto, mejor lo dejo descansar, que mucha falta le hace.
A las 2:20 de la tarde, Ginger despertó y se vio sola en la enorme cama.
La joven fue al baño y llamó a la puerta:
―Cariño, ¿estás ahí?
Al no obtener respuesta abrió la puerta y entró; Elvis estaba postrado de rodillas; la cara contra el suelo y las manos juntas en el pecho, como en actitud de rezar. A Ginger le extrañó que hubiese caído en una postura tan rara, pero ¿por qué no contestaba?
―Elvis...
Se agachó para tocarlo y vio que estaba frío, con la cara abotagada, medio hundida en el pelo de la alfombra, gotas de sangre en la nariz y moretones negruzcos en la piel. Negándose a creer lo peor, oprimió el botón del intercomunicador. Strada le contestó en la cocina.
―¡Al, ven pronto! ¡Elvis se desmayó!
Strada subió corriendo, echó una mirada y mandó llamar al ayudante Joe Expósito, que acudió de inmediato, volteó el cuerpo y, aunque comprendió que ya nada se podía hacer, llamó una ambulancia.
A continuación telefoneó al doctor Nick (George Nichopoulos, médico de cabecera de Presley) para avisarle que el cantante había sufrido un infarto. Cuando se oyó la sirena de la ambulancia, la planta alta hervía de gente; el padre de Elvis, Vernon, estaba derrumbado en el suelo, y la hija del cantante, Lisa Marie, de nueve años, que había venido de California a visitarlo, contemplaba el cuadro con ojos asustados.
―¿Qué le pasó? ―preguntó el paramédico Ulysses Jones.
Al Strada dejó escapar la verdad:
―Pensamos que fue una sobredosis.
Elvis Presley.
El personal de la sala de emergencias del Hospital Baptist Memorial hizo cuanto pudo para reanimarlo, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. Por fin el doctor Nick entró a la sala de espera, donde se encontraban Expósito, Hodge, Strada, Billy Smith y David Stanley y, pálido como el papel les dijo: ―la Junta de Médicos Forenses de Tennessee iba a hallarlo culpable de haber prescrito unos doce mil fármacos en un lapso de veinte meses―, confirmó la muerte del cantante. Los presentes se echaron a llorar y se abrazaron. El Rey había muerto, a los 42 años de edad.
Alanna Nash
"The Colonel: The extraordinary of colonel Tom Parker and Elvis Presley"
Introducción y comentario: Marihal / Desde La República Dominicana
Fuente: Selecciones del Reader's Digest / junio de 2004 / Pags. 126 - 127