Mi marido y yo vivimos desde hace muchos años en una casa junto al lago.
Desde que nos mudamos compró una vara de pescar, la que nunca utilizó.
Nuestros vecinos tampoco pescaban, inclusive le había comentado a mi vecina Joicy, que era un desperdicio, tantos peces y nuestros maridos por flojera no nos daban el gusto de suplirnos pescados frescos, preferían comprarlos en el mercado.
De repente un buen día mi esposo me dijo que se había decidido ir a pescar para mí, lo cual me llenó de orgullo.
Todos los días en punto, a la misma hora, salía y volvía luego sin ninguna presa.
Joicy y yo decidimos averiguar qué pasaba con nuestros maridos y otros de la vecindad que de repente le habían tomado el gusto a la pesca.
Y esto era lo que pasaba:
Una escultural francesita se había mudado pocos días atrás en nuestra comunidad, la noticia corrió como pólvora, su costumbre de asolearse en el muelle para botes la trajo de su país natal, Francia, y no faltó mucho tiempo para que se arremolinaran todos los vecinos a practicar este deporte.
Como Joicy y yo estamos un poco pasaditas de libras, al igual que otras amigas, decidimos usar bikinis y asolearnos también junto a la francesa, quien es nuestra amiga ahora. Pero ya no van a pescar nuestros maridos y amigos.
Es una lástima, nunca pude comer pescado fresco.
Jeannelle Koss / Desde La República Dominicana
Foto del lago: MIKHAIL MORDASOV / AFP/Getty Images
Foto del lago: MIKHAIL MORDASOV / AFP/Getty Images
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