Después de la muerte de Trujillo, las elecciones más desiguales e inicuas que se han celebrado serán las del próximo 15 de mayo. Cuando Jean Jacobo Rousseau escribió “El contrato social”, lo que hizo fue sustituir el Edicto regio, las bulas y Cédulas reales; todo ese aparato nobiliario en el que, por la gracia divina, se sustentaba el poder de la nobleza. Lo que Rousseau proclamó fue la ley como expresión de la voluntad del contrato, marcando una mediación en lo referente a la interactuación entre razón e historia. Todo eso que llamamos “Democracia” en la cultura occidental, no es más que esa ilusión roussoniana, según la cual el Estado moderno es una “representación” de todos los ciudadanos.
Para que esto se cumpla la sociedad civil debe apartarse de sí misma en cuanto sociedad civil, mediante un acto político que es una completa transustanciación. Dice Rousseau: “Enajeno mi libertad para participar en la soberanía”. De esta manera, el verdadero centro del contrato social, es la fórmula de la soberanía de la voluntad general, que se realiza mediante el voto. El pobre Rousseau creía que el voto era la expresión de una voluntad no condicionada. Un sujeto sitiado por la miseria, la ignorancia o la violencia estructural, no se puede decir que sea libre. Ejercer el derecho al voto, votar en las elecciones dominicanas no es un acto de la voluntad libérrima del sujeto. Incluso en las elecciones de mayor nivel de transparencia que ganó Juan Bosch en el año 1962, las mediaciones estructurales influyeron y actuaron como mecanismo de secuestro de la voluntad. El uso de los fondos públicos, la ignorancia, la miseria, la incertidumbre económica, la corrupción y el despotismo, desnaturalizan la concepción roussoniana del acto de votar.
Pero la asimetría de estas elecciones es única. El candidato presidente comenzó por reventar a su propio correligionario. Leonel Fernández fue cercado, humillado, atemorizado. La primera piedra contraria al espíritu democrático fue impedirle a Leonel Fernández participar, y traer a Quirino, como el último ariete de la intimidación. Después, desperdigó el núcleo duro de legisladores que apoyaban al exmandatario, y compró sin ningún pudor la modificación constitucional que le permitiría repostularse.
Armó con los fondos públicos un tinglado espectacular de corifeos provenientes del amplio mercado de partidos y partiduchos cuya característica histórica ha sido depredar el Estado. Maneja casi el 85% de los fondos que se dedican a la celebración de las elecciones, y dispone a su antojo de los programas asistenciales del Estado, y del presupuesto público. Además, el PLD es un partido cuya financiación es estatal. 28 mil dirigentes medios cobran en las nóminas públicas, prorrateados en ministerios y direcciones generales. Y la inversión en promoción institucional, y personal del candidato presidente, alcanza algo más de siete mil millones de pesos. Sólo en la promoción de las “Visitas sorpresas” se han invertido más de dos mil millones. Y para colmo, los árbitros del proceso son militantes del partido oficial, o súcubos avispados que se han vendido al mejor postor. Tanto la Junta Central Electoral, como el Tribunal Superior Electoral, predican “imparcialidad” mostrando el trasero, y como el falso caballero, tienen el jubón descosido y se les ven las nalgas.
No podemos confundir el desencanto con la verdad. Cuanto he descrito se despliega todos los días ante nuestros ojos. Las más desiguales y abusivas elecciones nacionales en este país serán las del próximo 15 de mayo. El abuso de poder lo ha colmado todo. Si este fuera un país de verdad, la moderación burguesa estuviera espantada, porque esa ilusión roussoniana del voto imagen del ejercicio de la libertad individual, sirve ahora como refugio de la corrupción y la impunidad más descarada. Si yo tuviera tiempo y dinero me diera una vueltecita por Francia para echarme unos párrafos con el combativo Rousseau, y hasta lo traería de vuelta al mundo de los vivos; para que vea éste espectáculo, esta pantomima de la libertad, este sudario de la gloria, este país diciendo madrigales a pesar de su miseria ancestral y su despojo; estrenando en cada vuelta circular de la historia un tirano celeste, un iluminado, un cínico frío anunciando su destino. ¡Oh, Rousseau, amigo mío!
Andrés Luciano Mateo
Hoy
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