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jueves, 25 de febrero de 2016

La náusea de la sumisión


Los intelectuales y el poder (1)
 A la manera de la inteligencia occidental, como grupo racionalizante, los intelectuales dominicanos nunca han participado del poder, aunque hay intelectuales que han alcanzado a manejar el aparato del Estado. Lo característico es disolver el compromiso en la ironía, un sentido del agotamiento, un vacío, una entrega, un negarse frente a la historia que está transcurriendo ante sus ojos. Y hasta la abyección repugnante.

Lo que hemos tenido es un modelo de pensamiento que se aleja como el diablo a la cruz de la historia inmediata que lo está cercando. Es nuestro propio jardín lo que cultivamos; sin jamás recogernos en ningún fin, el sentido de la historia parece sólo individualismo y soledad. Hay una  verdad traumática que rodea el pensamiento  dominicano, en la cual cabalga el miedo a la historia objetiva que sienten los intelectuales: Todas las propuestas de regeneración social provenientes del pensamiento han fracasado. La de Núñez de Cáceres, la de Duarte, la de Lugo, la de Hostos, la de Ulises Francisco Espaillat, la de Juan Bosch, la de Santiago Guzmán Espaillat, etc.

Duarte es una coartada lánguida, ardiendo de incomprensión ante la realidad. Santiago Guzmán Espaillat podía volar en las alas leves del arielismo, tronando desde los salones de la sociedad civil de principios del siglo pasado, pero las bayonetas de la Guardia Republicana lo transfiguraron, lanzándolo más allá del egoísmo. Los hostosianos se diluirán, primero entre horacistas y jimenistas, y luego, vergonzantes, en el trujillismo. Américo Lugo rumiará su hastío, se asqueará, elitizado, y se pondrá su piyama para siempre, como si fuera un exilio, u otra forma de morir. ¿Quién no recuerda aquel discurso de Manuel Arturo Peña Batlle, del 1940, contra “los soñadores y los imaginativos”?  Uno de los instantes más dolorosos de nuestra aventura espiritual, que lo llevó sin remedio al autoritarismo trujillista.

El mismo Balaguer se aisló con un círculo de ceniza del designio mendicante  de los intelectuales, y los arrojó con furia de su reino prolongado. Más que la secta estrecha de versificadores  que desde su primera juventud  lo había rechazado, y él rechazaba; le repudiaba esa pobreza espiritual del parnaso. Él, quien se definía así mismo como un “Cortesano de la Era”, no podía soportar el tufillo despreciable de la sumisión y el lambisconeo de quienes deberían albergar toda la altivez espiritual de la nación. ¿Es que no se merece un rechazo colérico del pensamiento toda la canallada que nos hace vivir cotidianamente el poder en este país? ¿Quién escucha el aúllo blasfemo y el alma encabritada de los poetas, en estos tiempos no grandiosos? ¿Por qué el silencio criminal de los “intelectuales”, y la complicidad, en medio de un ejercicio del poder que lo ha prostituido todo? ¿Cómo explicarles a los jóvenes que requieren de paradigmas que quienes dicen ser la expresión espiritual de la patria se han refugiado en la fría indiferencia, ante la más formidable maquinaria de corrupción de la historia contemporánea?  ¿Y la inequidad en que vivimos, en cuál rescoldo del pensamiento la podemos esconder?

Los dominicanos hemos quebrado la razón occidental como instrumento de convivencia, y la hemos convertido en un arma cínica de destrucción.  Toda la sociedad es un mercado de sombras. Aquí cada quien anda buscando “lo suyo”. En esa fauna pasajera del vivir, el intelectual dominicano no ha aprendido que su trascendencia es el otro. Porque, pobreza infinita que no puede soportar, la miseria material lo acosa, y ése es un lugar desde el cual resulta incómodo hacer el sueño partir. Garantizarse el chequecito todos los meses, reproducir la vida material con la brega del juicio crítico, hace que se confunda la vida con la nerviosidad; y sobreviene el lambonismo, los signos espectaculares de la degradación, que tienen la característica de que quien lo padece no los siente. No hay ninguna idea, ningún pensamiento, nada puede hacer disminuir la apariencia de mercancía de un pobre infeliz que depende para subsistir de la benevolencia del político corrupto. No hay poeta que valga. No hay ninguna otra realidad que no sea ésa maldita miseria moral. Ningún  plano teórico ni ético los ocupa. Entre el espesor de la palabra y la fulguración de la verdad, los “intelectuales” dominicanos son hoy la náusea de la sumisión.  ¡Eso, la náusea!      

¡Oh, Dios!    


Andrés Luciano Mateo
Hoy



Los intelectuales y el poder (y, 2)
Los intelectuales dominicanos son una bagatela, un rubicundo silencio. ¿Qué podrían hacer en medio de una campaña electoral asimétrica, desproporcionada, tan parecida al modelo político que nos gobierna? Uno no hace discurso de deseos frente a la realidad agobiante, yo reconozco lo difícil que les resulta a intelectuales con comillas y sin comillas conseguir la suciamente judaica comida de todos los días. Pero vale la pena pensar que algunos escribieran sobre la idea de la libertad. Y no estoy hablando de algo abstracto. Colocada en el centro de nuestras propias vidas, la libertad es esencialmente la satisfacción de todas las necesidades del sujeto, materiales y espirituales, en el seno de la cual decidimos situar nuestros actos, libre y soberanamente. Siempre recuerdo aquella expresión de los marxistas de la década de los años sesenta en la Universidad, quienes acuñaron una idea de la libertad que dejaba pensando a muchos. Provenía del pensamiento de Hegel, y daba una idea gnoseológica de lo que puede considerarse un acto de libertad. “La libertad es la conciencia de la necesidad”- gritaban los discutidores en los pasillos de la UASD- , dando a entender que lo que le da un carácter conmovedor a la libertad es actuar con plena conciencia, sin condicionantes; algo que históricamente en nuestro país han impedido el autoritarismo y la corrupción. Así como la miseria material y la ignorancia.

Ese es un nicho adecuado para combatir desde la perspectiva intelectual. Un intelectual debe ir más allá de la doxa, de la opinión. Por ejemplo derribar todo el “prestigio” del voto como un acto supremo de la libertad individual. ¿Votar me hace ser libre? Es en el mito de la libertad individual sobre lo que se empina el engaño del sufragio, he escrito mucho sobre ello. “Tú decides”- dicen los anuncios de la Junta Central Electoral, mientras Roberto Rosario se muestra sonreído-. ¿Pero qué es lo que decido? ¿Yo decidí construir la ilusión de mi libertad dejándome manipular en el voto? ¿Puede mi voluntad oponerse a la rutina de la corrupción en el gobierno? ¿Fue mi voto el que impuso las prioridades en la inversión pública? ¿El barrilito, las exoneraciones, las nominillas, yo las decidí con mi voto? ¿Mi voto me libera del miedo, de la intimidación por mi hambre a través de la tarjeta solidaridad, el bono-gas, el bono-luz, el bono-a los choferes? ¿Mi voto llevó a Gonzalo Castillo a Obras Públicas? ¿Mí voto consolidó al grupo económico que sostiene la reelección? La realidad del sufragio se puede entonces disfrazar de democrática, pero el espesor de la corrupción, la amplia franja de la pobreza y la ignorancia la convierten en una caricatura de la libertad.

En la concepción clásica el Estado representativo sólo es posible donde la nación ha devenido sociedad civil. La ignorancia, la miseria y el miedo no pueden subvertir el sentido de la libertad que debería tener el ejercicio del sufragio (En Rousseau se trata de una unanimidad de aceptación: enajeno mi libertad para participar en la soberanía). Nuestra realidad es, sin embargo, diferente. En cierto modo ésta es una sociedad secuestrada, sus instituciones no son funcionales, y los personalismos subordinan todo el tinglado de la manipulación pública aprovechándose de la riqueza del Estado. En realidad, no hemos devenido en sociedad civil; y es lo que explica que cada cierto tiempo aparezca un grupo económico, y un “líder” mesiánico pretendiendo atribuirse los dones de la excelsitud. ¿Cuál debería ser, entonces el papel de los intelectuales? Poner ideas en circulación, labrar un espacio de libertad, combatir el lado infame de la vida en que nos han obligado a vivir tantos falsos profetas. En medio de semejante atmósfera, ¿se puede concebir a un intelectual coartando la libertad, fundiéndose en la degradación hasta la más abyecta postura del sujeto no pensante, instrumental? Es sobre la idea de la libertad que estamos discutiendo, aunque muchos serviles cooptados por cargos y salarios lo quieran ignorar. Porque los intelectuales dominicanos de hoy son una bagatela, un rubicundo silencio.


Andrés Luciano Mateo
Hoy

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