Teoría de la corrupción
Con motivo de que soy un “demandado”, en los últimos días he tenido que hablar abundantemente sobre el tema de la corrupción, y me he percatado de que es necesario desalojar del imaginario dominicano algunas ideas respecto de éste cáncer que ha azotado históricamente a la sociedad.
Por ejemplo, no se puede explicar la desbordada corrupción de los últimos años situando la historia como si la corrupción fuera una naturaleza, una esencia de la dominicanidad, porque la corrupción se vincula con un orden histórico particular, con un manejo del poder, con una ideología patrimonialista, con la ausencia dramática de instituciones verdaderas; y no con las grandes formas neutras de la naturaleza humana. Lejos del ser, los humanos están anegados en las cosas. La corrupción no es una maldad de origen, sino un vastísimo sistema circulatorio (“El tiburón se baña, pero salpica”), una enorme palanca de movilidad social, ante cuyo funcionamiento el poder es como el susurro de las escamas del
réptil. Quienes mejor saben esto son los funcionarios ex pequeños burgueses del PLD, porque toda su naturaleza de clase se transformó súbitamente, abriéndose con la movilidad social unos apetitos cuya ausencia de límites ha borrado cualquier escrúpulo ético.
Cuando al expresidente Leonel Fernández le hablaban de la corrupción en sus gobiernos, lo atribuía a la “percepción”. Los grandes arquetipos mentales con los que siempre intentó impresionarnos salían desahuciados por meras imágenes sensoriales. Las ideas le salían artríticas, antañonas. Y desde la decepción uno pensaba que cuánto más cambiaban las cosas, más idénticas permanecían. La “percepción”, sin embargo, era tan generalizada que en medio de la reelección del 2008 en una encuesta de la Gallup, el 98% de los encuestados “percibía” corrupción en el gobierno, lo que quiere decir que los propios corruptos la “percibían”.
En el año 1978 los perredeístas llegaron al poder, abrasados de un ardiente deseo de justicia social, pero no pudieron encarcelar ni uno solo de los corruptos. Y siguiendo la escuela de Balaguer, produjeron su propia camada de corruptos, y se adhirieron a la saga de usurpadores de la riqueza pública que cuentan con la impunidad y el olvido. Pero el peledeísmo, viniendo de una prédica moral angustiosa y terminal, nos clavó con violencia en lo impensable, en las alucinaciones y los simulacros, en la desventura de vivir la práctica de la hipercorrupción como un discurso invertido. ¿Qué es lo que ha hecho diferente la hipercorrupción de los últimos años, de esas sistemáticas formas de corrupción que registra la historia política dominicana? Simplemente, que conforman un sistema que posibilita la continuidad en el poder. Ambas se roban un porcentaje de la felicidad ciudadana, pero la hipercorrupción tiene necesidad de volver y volver.
Además del enriquecimiento personal de los dirigentes, la corrupción ha propiciado la aparición de un grupo económico que compite en diferentes esferas con los grupos tradicionales del aparato productivo y financiero. Se han repartido el Estado. En la reelección del 2008 la nómina pública aumentó un 33%, pero después siguió aumentando como pago a los 426 movimientos y los 12 partidos que la apoyaron. Todavía muchas instituciones infuncionales del gobierno sobreviven porque forman parte de esa piñata, y son frecuentes los actos de corrupción que escenifican los “líderes” de esos ventorrillos políticos. El caso es que, cuando hablamos de corrupción, denominamos una práctica que se perpetúa en la política dominicana conformando un sistema, y cuya acumulación originaria de capital tiene como fuente el erario. ¿Por qué razón, después de haber sido electo Danilo Medina, en ése largo periodo transicional, Leonel Fernández gastó más de 120 mil millones de pesos del presupuesto, agudizando el déficit sin ninguna piedad por su pueblo? Es que desgajaba la acción del Estado en actos personales, y hacía fluir de su exclusiva laboriosidad toda la política de construcciones públicas, permitiendo un incremento de comisiones, pago de deudas, etc. El Estado como botín, el despojo de la riqueza social, cual si los políticos fueran un ejército de ocupación.
Andrés Luciano Mateo
Dibujo: Wilson Morfe
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