La gente no es boba y sabe muy bien de dónde viene el dinero de las pensiones y cesantías de la Superintendencia de Bancos, el Banco Central y quién sabe cuántos organismos estatales más
Cuando se agotan los recursos legales, éticos y “civilizados”, el instinto de las masas es la protesta radical. Los pueblos con bajos niveles educativos, como el nuestro, generalmente no reclaman muchas explicaciones sobre cómo se gasta el dinero de sus impuestos, pero la experiencia demuestra que cuando “se jartan” del dispendio y la corrupción, suelen recurrir a mecanismos de protesta violentos y, como recuerdo, nos podemos remitir al 24 de abril de 1984, el histórico día de “Las pobladas”.
Por la mala gestión del Gobierno de Salvador Jorge Blanco (PRD 1982-1986) el pueblo dominicano se tiró a las calles y creó uno de los capítulos históricos más censurados por nuestra clase política y hasta cierto punto se entiende el afán, pues cada día más crecen las razones para reproducir este tipo de conducta colectiva. En la revuelta murieron al menos 160 dominicanos que con su sangre sellaron la constancia que nos recuerda que otro 24 de Abril es posible.
La gente no es boba y sabe muy bien de dónde viene el dinero de las pensiones y cesantías de la Superintendencia de Bancos, el Banco Central y quién sabe cuántos organismos estatales más.
Los más de 5 millones mensuales que pretendían echarse en el bolsillo los ex ejecutivos de la Superintendencia, los 684 millones en liquidaciones que se embolsillaron los del Banco Central y los que aún no sabemos (Surún, no desmayes en tu afán por denunciar y procesar estos casos) son sacados justamente de nuestros fondos, de ese dinero que nos quitan del sueldo con el famoso Impuesto sobre la Renta (que no me explico cómo un salario es “renta”), del 16% de ITBIS que nos cobran por comer pizza, divertirnos o comprar un bien tan elemental para el desarrollo social como un vehículo.
Es mi dinero y el suyo, amigo lector, el que se está vertiendo de las cuentas del Estado hacia las privadas de unos cuantos “servidores” y, peor aún, todo esto amparados en una legalidad a todas luces perversa, soberbia y burlona. Y aquí el corazón de mi planteamiento: si no tenemos ni una ley que nos permita perseguir este tipo de inconducta ni contamos con un sistema judicial que asegure una persecución efectiva ¿nos queda otro mecanismo que no sea imitar a los ciudadanos de oriente medio que sacaron con revoluciones sociales una serie de gobiernos despóticos? que me atrevo a decir que aunque eran más despóticos, eran también más “gobiernos” que aquellos que por mala suerte nos han tocado.
Muamar al Gadafi educó Libia, dio cobertura general de Seguridad Social, eliminó el desempleo y abrió las puertas de la igualdad a las mujeres, pero el pueblo se hartó de su soberbia, que llegó a hacerle incurrir en gastos como el pago de un millón de dólares a Beyoncé, Mariah Carey y otras artistas por una presentación privada.
En nuestra media isla, la educación es precaria hasta entre los “educados” -que apenas somos un 70 y tanto porciento- el desempleo ronda el 20% y la seguridad social tiene una cobertura de apenas 42% ¿no nos están forzando a la revolución? Si faltara algún punto de refuerzo ahí tenemos la crisis eléctrica, la inseguridad ciudadana y la mayoría de los servicios que nos debe dar el Gobierno.
Creo que sí y pareciera que nuestra clase política padece del mal que muchos asesinos en serie clásicos: sus hechos demuestran intención malvada y a la vez una necesidad urgente de ser detenidos. Nuestra clase política se ha convertido en suicida, nos piden a gritos que salgamos a las calles a reclamarles el cese de la corrupción, requieren huelgas, acciones radicales.
Las leyes que tenemos no permitirán tomar ninguna acción contra estos casos, tan escandalosos por su alto contenido antiético como por el monto de los recursos que pretendían sustraer o sustrajeron del erario público sustentados en normas tan ridículas como cualquiera de las declaraciones de nuestro funesto fiscal anticorrupción, Hotoniel Bonilla, sobre el tema del robo en la administración pública (tome la que quiera, todas son igualmente patéticas).
Tenemos, pues, que rescribir las leyes y para ello deberemos cambiar el régimen seudodemocrático que nos ha impuesto la politiquería criolla. Las revoluciones implican una transformación social que no necesariamente es buena, pero envían un mensaje claro: “ya nos jartamos de ustedes. Nos hastiamos del contubernio entre los malvados y aquellos que con su silencio cómplice son tan culpables como ellos”. ¿O no? ¿Todavía no?
Alex Batista
Z - 101 Digital
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Foto: Información por la Verdad
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