Al ritmo que marcha la corrupción al país inexorablemente le espera un redentor que pondrá fin al modelo político dominicano, más pronto de lo que uno pueda imaginarse, a menos que la sociedad no se rebele contra esta desvergonzada forma de hacer política y salve del colapso la democracia.
Cuando eso suceda, cuando ese salvador aparezca y nos diga “¡aquí estoy, pongamos en orden la casa!” una considerable mayoría de la población se echará en brazos del sujeto, quien impondrá, bajo otro nombre, una soterrada dictadura que irá erosionando lentamente el clima de libertad y el estado de derecho.
Esa adhesión ocurrirá incluso entre muchos que de antemano entienden que esas formas de salvación moral son falsas y peores en el mediano y largo plazos, ya que la frustración y la desesperanza que se observa por la desenfrenada corrupción no les deja a los dominicanos muchas opciones.
Ocurrió en Cuba y más recientemente en Venezuela, y todos vemos los desastrosos resultados de esos falsos intentos de cirugía moral, pero el descalabro de los partidos políticos, el uso masivo del patrimonio público por la élite política gobernante, debe tener un límite, que sin duda ya hemos traspasado.
Ninguna de las fuerzas políticas que han dominado el escenario nacional desde la caída de la tiranía, en 1961, está libre de culpa y la mejor prueba de ello han sido los procesos electorales de las últimas décadas, incluyendo las internas de los partidos, como ha quedado harta y penosamente demostrado en las del domingo pasado para escoger vacantes en el organismo de dirección del partido gobernante, el PLD.
La sociedad civil y las organizaciones profesionales y empresariales deben tomar conciencia del peligro que significa la corrupción, calificada por organismos internacionales como rampante, y la obligación que existe de asumir posiciones firmes de denuncia y combate al hurto descarado y sin consecuencias de los recursos públicos, ahora que todavía hay tiempo…, aunque no mucho.
Miguel Guerrero
La Columna de Miguel Guerrero
acento.com.do
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