Las confabulaciones mediáticas son como las brisas que se levantan en el verano y no llegan muy lejos, o como el cojo y el ciego cuyos pasos erráticos los llevan a ser descubiertos temprano y tarde.
Se han usado, se usan y se usarán, con mayor frecuencia y perversidad, todos los canales que se pueden emplear para convertir el rumor en “noticia”, poner en el camino las consejas más absurdas pintarrajeadas con ropaje de supuestas verdades.
Todas las flechas de los maledicentes, de los chupamedias, de los periodistas peseteros (no importa si las pesetas son miles) de los comentaristas de bares de mala muerte, de los augures de cenáculos donde algunos trasnochados analistas aspirantes a tener un acierto, aunque sea uno, una vez en sus vidas, están dirigidos con malsana insistencia hacia el mismo blanco.
La bien dirigida campaña de denuestos, de inventos, de trampas, triquiñuelas y zancadillas, es tan persistente que da palos si bogas y palos si no bogas.
Esa campaña de muchos contra pocos, es dirigida con ánimos de desacreditar, para cobrar luego con el lanzamiento de candidaturas cocinadas al vapor de un río de dinero que compra débiles voluntades de ambiciosos buscadores de nombradía, que no son capaces de adquirirla de buena fe.
Nunca todo es verdad, nunca todo es mentira, por eso cuando suenan las campanas todos acuden a la plaza pública a enterarse de la verdadera verdad.
Papá siempre contaba de un amigo que le refirió cómo una persona era aficionada a criar aves con esmero, dedicación, cuidado, amor, hasta que encontró un cuervo que con una velocidad mortal aprovechó que el dueño se acercó a la jaula y le sacó los ojos.
Día tras día, un día sí y otro también, asistimos al espectáculo de ver cómo Fulano o Mengano se convierte en un personaje de vodevil, se sube al escenario, se despoja de sus ropas y hace un estriptís que lo convierte en otro cómico que se baña en el estercolero de sus propios detritos.
Olvidan que, como dijo Lincoln: se puede engañar a todo el mundo una vez, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo.
Algunos se solapan en tertulias donde se conspira y se crean líneas de propaganda incluida luego en editoriales, artículos, “análisis noticiosos” y comentarios bien pagados por los titiriteros, cuya obsesión los lleva a caer en las peores manos, donde la ingeniosa perversidad es el rasero que los mide.
Esa conspiración incluye medios, programas, discursos, analistas y adivinos cuya lectura de sus bolas de cristal les señala que hablen una y otra mentira, que inventen una u otra situación falsa, para intentar dañar a Hipólito Mejía, pero no lo logran.
Bonaparte Gautreaux Piñeyro
Hoy.com.do
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