Los políticos han tomado la decisión de no combatir la corrupción. Ellos tienen la llave de la solución puesto que controlan las instituciones que podrían atajarla pero han decidido no “mirar atrás.” (Ni adelante. Ni en medio...)
Pero el verdadero obstáculo para acabar con la corrupción que nos empobrece a todos es que hay un consenso no escrito de que la corrupción es aceptable. Por lo menos, de que hay un grado de corrupción perfectamente aceptable.
El nepotismo, favorecer a los más allegados con contratos y cargos, no sólo es visto como algo normal sino que cualquiera espera su turno. El tráfico de influencias no es perseguido, como en otros países, si no que se equipara a tener “buenos contactos”. Las comisiones ilegales son parte del precio; no hay proveedor del Estado que lo denuncie. Es tan sencillo como subir el precio, repartir... y a correr.
¿Sobornos? ¡Qué palabra tan fea! Nadie con un mínimo de educación lo llama así.
¿Inflar la nómina pública de simpatizantes del partido no es una estafa al erario público, una extorsión a los que pagan impuestos? No: “es una manera de combatir el desempleo...”
Aceptamos el doble lenguaje para que las cosas no cambien porque de alguna manera esperamos que nos toque... Esa es la incómoda verdad. Haremos de nuevo aspavientos cuando se vuelva a hablar de las declaraciones de los funcionarios. Todo el mundo sabe que no sirven de nada ni que nada va a pasar. Pero fingimos que nos escandalizamos para que nuestra vida parezca más correcta. Más viable.
Inés Aizpún
Diario Libre
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