La falta de coherencia, la ausencia de unidad de propósitos y el insólito e infantil comportamiento de su dirigencia, escribí en Twitter, están hundiendo al PRD e inhabilitándolo ante los ojos de la nación para gobernarla. Es la primera vez en la historia, por lo menos de este país, que el presidente de un partido lo abandona a su suerte en medio de un proceso electoral, con los pretextos más banales, renuente a aceptar el precio de sus propios errores.
A menos de cuatro meses de las elecciones, la sublevación de la presidencia de ese partido y la de la manada que lo sigue, es típica del infantilismo político en su más pura esencia. Todo por una torpe resistencia a admitir que su derrota en las primarias por la candidatura presidencial fue el fruto de su incapacidad para evaluar la realidad en la que su afán de dominio partidista lo envolvió. Fue en esos afanes que suscribió unilateralmente acuerdos sin autoridad alguna para hacerlos. Y fueron esos actos los que finalmente lo condujeron al laberinto donde se encuentra, en momentos aquellos en que su figura parecía sin competencia en la búsqueda de la presidencia de la República.
Es obvio que la incorporación suya a la campaña tendría más efectos hacia el exterior que hacia lo interno del partido, como también la tiene su actitud actual, y probablemente ese haya sido su objetivo desde que sepultó sus deberes como cabecilla de la organización, al negarse a reconocer dentro de las obligaciones de la más elemental caballerosidad política, el triunfo de su adversario. De todas formas, hay muchas maneras de alcanzar la victoria, y una es aquella que nos dice que “quien ríe último ríe mejor”. Si así fuera, en cierto modo la consiguió, porque el espectáculo que él preside en el PRD ha puesto a pensar a miles de dominicanos si sería aconsejable darle de nuevo el poder a un conglomerado que no sabe siquiera poner su casa en orden.
Miguel Guerrero
La Columna de Miguel Guerrero
elCaribe
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