Entre los despachadores de las gasolineras no se encuentra quien afirme que votará por el actual gobierno. Tampoco entre los trabajadores de los supermercados. En los conchos, a quienes promueven la candidatura PLDista los pasajeros de aquí de Villa Rivas “con la mirada los matan”. En el campo la pobreza engulló de tal forma lo existente que grafica glaciares y desiertos, los campesinos claman por justicia y que se detenga la importación abusiva de rubros agrícolas. Ahí es raro encontrar deseos de votar por el oficialismo. Las trabajadoras domésticas afirman que han sido ocho años de una peste de langostas que devoró el maíz y dejó la tusa, por eso no votarán morado, aún se perfumen con fragancias de caras margaritas. Las desempleadas, que ya saben que Hipólito no les retirará la tarjeta Solidaridad, que, al contrario, la robustecerá y despolitizará, resuelven sus dudas sobre a quién favorecer con su voto al enfrentarse a los precios de los productos de la canasta familiar y ver, con una tristeza indolente ya, que “el diario” no les alcanza para la mitad de lo mínimo; que el único modo de sobrevivir es haciéndose las chivas locas con las horas de llegadas y salidas de sus hijas; con lo poco de comer o de dinero que traen. No preguntan el origen de nada, obvian la confrontación intransigente con la que las interrogaron sus padres. Temen demasiado la respuesta, desembozada e indolente como sólo puede proferirla la indignación de la juventud frustrada por haber sido reducida a circunstancias tales por esa política económica inhumana, la hija más preciada del gobierno, que trajo el pollo de 25 pesos en el 2004 a 65 por libra sin que le importe. Que por ocho años ha hecho letra muerta de la ley de ajuste salarial por inflación, maquillando intensamente las estadísticas.
El partido de gobierno y su candidatura pretenden que las encuestas no tienen relación con esa situación lacerante. Desean que ignoremos la relación desastre económico social y encuestas. Porque es eso lo que aplasta su objetivo de concitar votos publicando números que podrían tener algo de verdad si se aceptara que fueron hechas lejos de las gasolineras; entre gente que no sufre carencias ni pobrezas; lejos de las barriadas donde habitan las domésticas; a miles de kilómetros del campo, donde la desolación y el abandono son dos imágenes perfectas; en sectores donde la juventud tiene oportunidad de empleo, practica deportes, se forma y educa íntegramente. O en hogares donde, por ejemplo, los padres llegan al final del día con una sonrisa y la sensación satisfecha porque la comida de mañana está en la despensa y ellos habitan el mejor de los países del planeta.
Si algo así es desconocido por más del 90% de las familias y hogares dominicanos, entonces aceptaremos que referimos idilios, simples conjeturas PLDistas. Y siguiendo a pies juntillas las enseñanzas de Descartes diría que tal realidad contradice la experiencia; que va contra el mínimo empirismo. Aceptado esto, deduciríamos que sólo una encuesta realizada en esos espacios del idilio, donde la palabra quiere ser la realidad, puede negarse la superioridad de Mejía en la intención de voto.
Espacios ideales no existen pero se construyen, ¡en las mentes! Desde ambientes y oficinas climatizados con aires acondicionados pagados con dinero público; excelente y moderno mobiliario; alfombras para no sentirse rústicos al pisar el piso; iluminación de ensueño para no afectar la vista ni que se vean las mañas ni los vicios.
Pero si en esos lugares las encuestas dijeran que el candidato del gobierno supera con apenas dos puntos a Hipólito, estarían reconociendo que se desploman; ¡que incluso entre ellos Hipólito crece! Que casi los iguala. Que su ejército se tinta de blanco progresivamente. Que en quienes la memoria del profesor Juan Bosch gravita como bálsamo de esperanza y firmeza, o son empleados públicos honestos, Hipólito crece. Ya empiezan a sonreír como Hipólito; a comprar chacabanas como Hipólito; a sentirse cómodos con sus barriguitas e incluso están pensando ir al barbero, a pasarse la “maquinita” en el número cero y construirse, como la de Hipólito, su calvita.
Hay muchas formas de decir las realidades. Y las encuestas, a veces, las dicen. También tienen varios usos: para responder cuando un candidato, como Hipólito por ejemplo, está diciendo al pueblo que su candidatura está entre doce y veinte puntos por encima de su rival PLDista. Se usan, por ejemplo, cuando un candidato sin votos sale al exterior a buscar billetes. ¡Para pedir hay que estar arriba en una encuesta! ¿Quién va a dar sus dólares o euros a una candidatura que se derrumba, que se cae desde el Mogote porque jamás alcanzó las cimas sublimemente blancas del Kilimanharo? A ese territorio sagrado Ernest Hemingway hizo escalar sus personajes para que conocieran la verdad y perseverancia heladas del amor y sus incongruencias.
Rol perversamente secreto de las encuestas: “¡Estoy arriba!”, se vocifera, y se pasa el platillito...
Un día, pudiera ser, también servirán a los personajes que descendieron las escalinatas del Templo de Atenas después de servir a Agamenón y a su casa y gobierno. Bajaron para fundar diarios y contener las avalanchas que les sobrevenían por violar las leyes monetarias y financieras de Solón, dejando a toda Grecia sin dracmas. Pudiera ser, especialmente después del caso de Bernard Lawrence (Bernie) Madoff. Personajes cuya realidad cruda raya lo ficcioso. Las suyas serían encuestas a la medida, creadoras de nuevos paradigma en ciencias políticas, validados mediante “comprobaciones” numéricas. “¡Nuestra democracia es tan perfecta que hasta los presos por fraudes financieros tienen derecho a hacer política!, celebraría Madoff con los cimientos de la democracia y del Estado de Derecho en la mira. Sustituir la Ley, la Justicia y la Autoridad con sus corporaciones es el aporte de Robert Nozick a las ciencias políticas. Quizás un día aquí se pretenda igualarlo. Y lo harían con una encuesta. Y, más que eso, lo harían desde la cárcel.
Ignacio Nova
Listín Diario
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