La mala planificación oficial ha quedado nuevamente en evidencia. Como ha sido Luis Reyes, el director de Presupuesto, quien la ha puesto en el tapete, su exposición suena un tanto a mea culpa. En el Presupuesto para 2014, el pago de intereses y capital de la deuda representa una proporción muy alta del PIB. Como ha decaído la capacidad recaudadora del Estado y el año cerrará con déficit, se recurre a la extrema práctica de tomar prestado para pagar deuda.
Sumemos a lo anterior las asignaciones de partidas y los subsidios consignados en leyes, que son una proporción alarmante del PIB. El gasto público y la deuda aumentan constantemente, pero no hay nada que le garantice al país buena calidad por esos conceptos. Con todo su lastre, el presupuesto 2014 no califica como instrumento de desarrollo. El de 2013, en ejecución, no lo ha sido ni por asomo.
Al principio de la actual gestión se insistió mucho en la necesidad de un pacto para una reforma fiscal integral. Sin embargo, extrañamente, el Gobierno abandonó el esfuerzo y terminó conformándose con aumentar ingresos con una reforma tributaria. Ahora se queja de que su capacidad recaudatoria está agotada. Quizás pasó que el alza tributaria ahogó la capacidad de consumo y los ingresos fiscales no alcanzaron lo previsto. Estamos cosechando el fruto de nuestra pésima planificación. No más.
Editorial Hoy
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