Artículo de la ganadora del Premio de la Fundación Corripio 2014 en periodismo, en la categoría de opinión.
Los jóvenes saben qué es ser “cool”; han integrado ese vocablo al lenguaje cotidiano. En sentido literal del inglés “cool” es frío; en sentido coloquial es algo o alguien chévere.
Todo lo humano es cambiante, y lo que es “cool” en un momento no lo es necesariamente en otro. Actualmente, la masificación de la política, la democracia y el poder de los medios de comunicación requieren que el líder político se perciba atractivo ante amplios segmentos de la población.
República Dominicana viene de una tradición donde el político ha sido formal y formalista. Joaquín Balaguer fue emblema de ese liderazgo, aunque de vez en cuando adornaba su cara muerta con alguna jocosidad pública. Le temían y respetaban pero no era “cool”. Tampoco fueron “cool” Antonio Guzmán ni Salvador Jorge Blanco; en ellos predominó también el formalismo político.
Al llegar al poder en 1996, por su juventud e internacionalismo, Leonel Fernández tuvo la posibilidad de ser el líder “cool” por excelencia, y lo fue por un tiempo; pero luego comenzó a transitar otro camino.
Fernández devino en un político valorado por su talento en unos sectores, y rechazado en otros por mostrarse distante e insensible ante las necesidades de la gente. De ahí su tasa de rechazo que no es simplemente producto de una conspiración mediática.
Hipólito Mejía trató de ser “cool” con informalidad y jocosidad, pero su irracionalidad política le quitó la gracia y sus chistes pasaron a ser irritantes. De ahí su alta tasa de rechazo, aún diez años después de haber terminado su mandato.
La altísima aprobación de Danilo Medina se sustenta en que ha logrado establecer en la sociedad dominicana una versión del líder “cool”. La guayabera de cuadritos, el charquito, desdoblarse en bien intencionado, etc. No es “cool” a lo juvenil, sino en el arquetipo del hombre bonachón dominicano.
Algunos políticos y analistas consideran que la alta aprobación de Medina es simplemente manufacturada desde el Palacio, y hay algo de eso; pero como en toda película, el actor tiene que sostener su papel para ser creíble; si no, la trama se derrumba. Que no se haya derrumbado en dos años significa que el personaje está sosteniendo el rol y su representación lo ha hecho creíble.
En lo sustancial, Danilo Medina cumplió con su promesa de asignar el 4% del PIB a la educación y ha dado un giro a ese sector al mejorar la infraestructura escolar y ampliar la tanta extendida con más aulas y comedores. El pueblo le asigna credibilidad aunque queda mucho por hacer.
En general, la República Dominicana de hoy sigue enfrentando los mismos problemas de hace dos años, y la gente lo manifiesta en las encuestas: insatisfacción con la delincuencia, el desempleo, la inflación, etc. En este sentido hay disonancia entre el nivel de aprobación de Medina y los malestares que expresa la población. Pero la popularidad, al igual que el poder, es relacional. Medina se beneficia de la incredulidad que la población siente hacia otros políticos; incredulidad que produce impopularidad.
En República Dominicana soplan muchos vientos políticos ahora mismo, y el pronóstico es que aumentarán porque los procesos de nominación de candidaturas y las elecciones del 2016 suponen la confrontación entre vientos de adhesión y de rechazo.
El desafío de todo aspirante a las elecciones de 2016 es forjar de manera creíble un estilo que llegue a la gente.
La arrogancia, la superioridad, la indiferencia, el desatino y el desprecio están ahora mismo fuera de moda. La gente está llena de problemas y desea atención y consideración de los políticos.
Rosario Espinal
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