Luis Felipe Alberti Mieses
A inicios de la década de los 70's del siglo pasado cursaba estudios en el colegio de casi toda mi corta vida hasta entonces.
Habíamos entablado relaciones con una familia prestigiosa recién llegada desde la ciudad de Santiago de Los Caballeros. A uno de los seis hijos de la citada familia que era de nuestra misma edad, del mismo curso, en el mismo colegio; lo aceptamos como el hermano varón que no teníamos.
Además de los estudios escolares de rigor, practicábamos deportes y desarrollábamos las actividades recreativas propias de nuestra adolescencia.
Durante nuestra efímera amistad que duró unos cinco años (70 - 75), existía un horario que no compartíamos a la semana, eran dos horas de clases de música, dos veces a la semana.
Nuestro gusto por la música lo trajimos al nacer, pero nos faltaba la inteligencia y la capacidad para entenderla. Nuestro amigo la estudiaba y el instrumento escogido para ejecutarla era el bandoneón. A los doce años, siendo capitaleño no estaba muy familiarizado con esta caja roja que hacía melodías, y lo más asombroso eran las teclas y botones que me parecían un híbrido de piano, máquina de escribir y bomba de llenar vejigas (globos), todos fusionados.
Las clases eran martes y jueves, de 2:00 P.M. a 4:00 P.M., en muchísimas ocasiones que estuve en la casa o en el ático de la residencia de nuestro entonces amigo, llegaba un señor de pelo blanco, saludaba, nosotros nos retirábamos hasta la próxima ocasión.
Era el profesor de música. De unos 65 años, venía de Santiago martes y jueves a impartir esas clases, sin fallar, a las dos en punto. De pelo blanco y tez muy clara, tamaño normal. Venía a pie desde el parque Independencia hasta la casa de su alumno y así se iba a tomar el autobús al parque de nuevo para volver para El Cibao.
Jamás imaginamos de quién se trataba, para nosotros era el profesor de música.
Nunca fuimos testigos de las clases, sólo llegamos a cruzar durante esos años holas y adioses, con el profe musical.
La primera mitad de la década de los 70's fue la del aprendizaje e incursión nuestra en el mundo del baile, fiestas en el Country Club, La Casa de España, el Club Deportivo Naco, el Club Naval de Sans Soucí, Fiesta de Luxe, etc.
Como todos, disfrutábamos en los repertorios de la Orquesta Santa Cecilia, Papa Molina, Rafael Solano, Félix del Rosario & Sus Magos del Ritmo, Tatán Jiménez, Johnny Ventura & Su Combo Show, de los boleros, canciones y merengues como: Compadre Pedro Juan, Luna sobre El Jaragua, Tú no podrás olvidar, Contigo, etc.
Un año después de tomar caminos distintos nuestro amigo y nosotros, precisamente el día del cumpleaños de éste de 1976, murió el profesor de música, era Don Luis Alberti, nuestro glorioso director de orquesta, músico y compositor.
Hasta el día de hoy hemos lamentado todo lo desperdiciado por ignorancia.
No nos perdonamos no haber sido más curiosos.
Cuantas vivencias, anécdotas y conocimientos sobre la historia de nuestra música autóctona se nos escaparon.
Si lo hubiésemos sabido.
Marihal / Desde La República Dominicana
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