Ingrid Betancourt
Ellos decidieron asumir la exclusión. Renunciaron a tener vínculos, decidieron quedar atrapados en la soledad de su interpretación del mundo. Íngrid, repito, decidió la exclusión. Está secuestrada por su rabia y su amargura y de ese infierno no la libera nadie.
Sólo saldrá cuando ella asuma que somos responsables de nuestra propia vida y los acontecimientos que vivimos son ‘escogidos’ como aprendizajes. Todo parece indicar, sin embargo, que aún en su proceso de evolución, no le ha llegado el momento de ser libre.
Vale la pena señalar que muy posiblemente ella no ha cambiado: es la misma mujer de hace ocho años. Estuvo desenfocada en el momento del secuestro porque no midió el peligro al que se exponía.
Y desafió las circunstancias. Ahora sigue desenfocada porque no midió el impacto, como una traición, que su demanda podía causar a toda una Nación que sintió como suyo su sufrimiento, su enfermedad y su soledad.
No es tan sólo una burla al Ejército: es una bofetada al pueblo colombiano. Pero ahora sí (y para siempre) quedó secuestrada. Ahora sí, se quedó sin país, sin afectos, sin reconocimiento, sin admiración. Ahora sí, está aislada, encerrada en su paraíso o infierno (no lo sé), pero aislada. Egocéntrica, marcó la exclusión.
Allí está su verdadera identidad. Ella nació para estar secuestrada… y lo va a estar de aquí en adelante, siempre. Secuestrada e impedida para sentir gratitud, para darse el permiso de construir lazos de reconocimiento para los demás.
Para aceptar que no se es el centro del mundo. Para comprender que somos fragmentos de un rompecabezas donde las partes generan un todo. Cuando en un corazón no hay gratitud, las emociones quedan secuestradas por la amargura y el rencor: y a ese infierno no llega ninguna Operación Jaque.
Gonzalo Gallo
Enviado por: Esperanza Barroso / Desde La República Dominicana
Bogotá, Colombia
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