Mientras el crimen nos muestra cada día sus más horrendas capacidades, como la estrangulación de un niño de seis años y el asesinato de su padre, defensores y detractores del Código Procesal Penal no hallan qué hacer con este instrumento que, hasta prueba en contrario, protege al delincuente y perjudica a las víctimas. La sociedad se siente abandonada a su suerte. No hay un lugar seguro y no hay quien no haya sido lesionado por algún delito, si no en carne propia, al menos en la persona de un familiar o allegado.
Está claro que hay anacronismo entre las partes que componen el dispositivo de protección ciudadana. La Policía dice que hace su trabajo, capturando y sometiendo a la justicia, y cuando no aniquilando, a los delincuentes. Y la justicia liberta a más que los que condena, alegando que actúa con apego al Código Procesal Penal. Como el aceite penetrante que se cuela en la oxidada pieza, el dinero del bajo mundo penetra cada vez más estamentos oficiales.
La delincuencia se mofa descaradamente de quienes insisten en afirmar que se sienten satisfechos con los avances del plan de seguridad ciudadana. A mucha gente le seduce la idea de hacer justicia por manos propias, o aplaude sin recato cada vez que cae un real o presunto delincuente en intercambio de disparos. La sociedad se siente indefensa.
Editorial Hoy
Hoy.com.do
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