Lo sucedido con el embajador dominicano en el Vaticano es inaudito. Se trata de un embajador de un primer país que se queja al jefe de estado del país en que radica sobre un embajador de un tercer país en el suyo. Y que lo hace con el miserable argumento de que ese embajador es homosexual, y todo para apoyar a una de las figuras más impresentable de nuestra contemporaneidad: el cardenal López Rodríguez. Toda una trama para una telenovela venezolana que ha despertado la risa sarcástica de todos, yo incluido, a pesar de que de mis impuestos sale el salario de semejante patán. Y de que el embajador del que está chismeando –no cabe otro nombre- representa al principal socio comercial de RD, y el lugar donde vive un millón de nuestros emigrados, del que, a su vez, viven varios millones de dominicanos.
Es decir, que no hay manera de explicar esto de ver a un embajador dominicano luciéndose como chismoso de aposento si no tenemos en cuenta la situación calamitosa en que se encuentra nuestro servicio exterior y todo el aparato de la cancillería, costoso e ineficiente. Y que nos expone como nación, con demasiada frecuencia, a ser el hazmerreir del hemisferio occidental.
La República Dominicana ha sido históricamente una nación sin política exterior. Pero mientras sobrevivíamos en un mundo compartimentado, nos bastaba con una embajada en Washington. Fue lo que hizo Balaguer, quien en su visión de intelectual provinciano siempre creyó que la política exterior era votar con EEUU en la ONU y levantarles monumentos a nuestros colonizadores. Leonel Fernandez entendió que hacía falta algo más, pero también confundió política exterior con su proyección internacional. Y en sus largos años de mandato se dedicó a recorrer el mundo en costosas caravanas, agenciarse premios internacionales y meter el hocico en conflictos donde nadie lo llamaba. Hizo una diplomacia pueblerina de burlesque.
Por eso entregó la cancillería a sus ineptos aliados del PRSC, a los que escoltó con algunos peledeístas no menos ineptos, y les dio la tarea de llevar las operaciones rutinarias. El servicio exterior fue abultado hasta el ridículo de manera que somos famosos por tener las embajadas y consulados más nutridos e ineficientes del mundo. Y al frente de ellos fueron designados una serie de personajes propios de novelas picarescas, como ha sido el caso, bien conocido y documentado, del actual embajador en España, caso en que se llegó incluso a intentar una sucesión dinástica que los españoles, monárquicos y todo, rechazaron por impropia.
Por supuesto, no quiero decir que todos los diplomáticos dominicanos son escorias profesionales. Conozco algunos que son personas dignas, calificadas, que se esfuerzan por hacer un trabajo a la altura de sus funciones, y que merecen todo respeto. Pero me temo que son una minoría que, como las golondrinas aisladas, no hacen primavera. Lo que caracteriza al servicio exterior y a la cancillería dominicana es la corrupción, el clientelismo, el nepotismo, la baja calificación, las plantillas hipertrofiadas, y, al final, la falta de una estrategia de política exterior.
Me temo que la bajísima calificación de la cancillería (sólo 4% de su personal está adscripto a la carrera diplomática) es una de las razones de algunos errores mayores del presidente Medina, como es la manera indecorosa como se ha enredado en el procaz asunto de los desnacionalizados. El último ejemplo de lo cual fue la bravata en La Habana, en la que dijo varias falsedades mayores en un tono más propio de un matón de patio de escuela que de un jefe de Estado. Y con eso sufre toda la nación. Si el presidente Medina hubiera contado con un servicio exterior medianamente capaz, hubiera sido advertido de los costos que tenía la aventura xenófoba que implica quitar la ciudadanía a miles de personas dominicanas de ascendencia haitiana. Y posiblemente hubiera atajado el asunto antes de la crisis que hoy vivimos.
No quiero decir que la cancillería no hace nada. Claro que algo hace y un ejemplo de ello es como ha optado por esconder a la opinión pública los efectos reales de la pésima decisión estatal. Es decir, ha optado por esconder el propio estropicio que han generado junto a otros socios estatales. Y un ejemplo de ello fue expuesto por este periódico: hicieron un informe a la opinión pública sobre los resultados del examen sobre derechos humanos en Ginebra en que ocultan lo fundamental que allí sucedió. Pues en realidad, lo que sucedió fue una avalancha de críticas, sugerencias, aprensiones, etc, acerca de la desnacionalización de personas al peor estilo fascista. Y lo que la cancillería mostró fue un rosario de comentarios suaves, y alguna que otra felicitación.
No se si esto de engañar a la opinión pública es punible o no, pero si estoy seguro que es inmoral. Como inmoral es mantener ese aparato clientelista cargado de petimetres y patanes y pagarlo con un dinero público que la sociedad necesita. El presidente Medina, durante su costosa campaña electoral, prometió una drástica corrección que aún no ha realizado. Pero tengo fe en que, incentivado por el dislate de Grimaldi, el presidente pasará por la cancillería uno de estos domingos de jiras, y limpiará este establo de Augías. Aunque para ello tenga que desviar al mismísimo río Amazonas con todos sus afluentes.
Haroldo Dilla Alfonso
dilla@claro.net.do
@haroldodilla
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Caricatura: Emson
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