Muchos dominicanos y dominicanas solidarios han iniciado en las redes sociales una campaña en defensa del sacerdote jesuita Mario Serrano, ejemplo sin fisuras de vocación y entrega pastoral, que busca resarcirlo por las destempladas menciones que de él hiciera, en reunión que presumió blindada a la intrusión de los medios, el inefable cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez.
Con una historia de complicidades con el Poder que sonrojaría a cualquiera menos connard que él, López Rodríguez se regodea siempre –habría que preguntarse movido por qué tipo de pulsiones— en la diatriba, el insulto y la descalificación de sus reales o imaginarios adversarios.
Salvo cuando habla para elogiar a los poderosos, a quienes prodiga tolerancias que van años luz más allá de cualquier imaginable permisividad social y ética, no digamos religiosa, López Rodríguez acostumbra a utilizar un lenguaje rastrero contra quienes odia porque no se sujetan a su patológica necesidad de silencio.
Pero Mario Serrano no requiere defensores, ni campañas en Facebook, ni en Twitter, ni en ninguna otra red social, ni en ningún otro espacio. Su historia de solidaridad con las mejores causas dominicanas basta por sí sola para defenderlo. Esa historia es una muralla inexpugnable. Y un regalo a quienes sueñan y combaten por un país distinto.
No nos equivoquemos, entonces: Mario Serrano está fuera del alcance de su insultador López Rodríguez, que no lo igualará jamás en estatura social, ni en el amoroso reconocimiento prodigado por los pobres –identificados por Francisco como prioridad de su papado—, ni en la calidad moral de ciudadano que este inmenso curita ha forjado, día con día, arrimando su hombro a la construcción de la democracia y la justicia social dominicanas, cosa que López Rodríguez no podrá jamás inscribir en su hoja de vida, así viva milenios, Dios se compadezca de nosotros y nos libre.
Solo una de las pretendidas ofensas contra Mario Serrano vomitadas por el príncipe eclesial está fuera de toda discusión y merece nuestro entusiasta aplauso: él y el cura del Centro Bonó no son compañeros. Imposible que lo sean un súcubo de lo peor dominicano como es López Rodríguez, y un combatiente en todas las batallas por un país menos indigno.
Demos gracias a Dios por este salvífico desencuentro.
Margarita Cordero
La Opinión de la Directora
Editorial 7 Días
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