Acompañado de una parte de sus alcancías… Díaz Rúa, Félix Bautista, Chío Jiménez, Luis Manuel Bonetti…, el ex-presidente Leonel Fernández le cambió momentáneamente el nombre al restaurante neoyorquino South Beach por el de “LA CUEVA DE ALÍ BABÁ”.
No eran todos los socios del León. Ni siquiera eran cuarenta, pero los identificados valen por varios centenares, sin excluir a los demás.
Criados por Dios, el Diablo los juntó a almorzar opíparamente en Alto de Manhattan.
Un tribunal del pueblo, con sede en New York, les interrumpió ese momento feliz. No les dejó disfrutar de aquellos exquisitos platos solicitados con tanta elegancia a los mozos del lugar.
Ladrón, ladrón, ladrón… se escucharon voces en tono de canción.
¡Ladrones a la cárcel!
Las expresiones de indignación se colaron incluso a través de las puertas cerradas y el aire acondicionado.
Uno de los Súper-Tucano asomó “fantasiosamente” sus colmillos afilados en la penumbra del restaurant.
El gato Félix paró el rabo.
Rúa maulló.
Chío, el de la mafia agraria, chirrió…
Pote, el de la de los combustibles, tembló.
El León, no pudo rugir, corrió hasta escurrirse por puerta trasera. Raudo y veloz puso pié en polvorosa… Guapo el muchachón.
En verdad, el blindaje de la justicia local aprisiona fiscales y jueces, tribunales y cortes formales a todo lo largo y ancho del territorio nacional. Pero no logra impedir la justicia informal, la condena extrajudicial, las sanciones plebeyas…
Los tribunales del pueblo no se pueden amarrar, no hay dictadura capaz de clausurarlos.
Uno de ellos acaba de convertir en fugitivo, en la Nueva York grande, al León re-postulado.
Esa es la ruta a transitar. Así cosas gratas veredes. Los apuros de gatos son alegría de pueblos.
Narciso Isa Conde
Viñeta: Harold Priego
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