Nuestra sociedad es abofeteada diariamente por su élite.
Lo hace haciéndonos más pobres, dejando morir a nuestros niños en los hospitales, asesinando jóvenes en los barrios populares y robando a manos llenas, sea desde el mismo tesoro público (como hacen los salteadores políticos) o evadiendo deberes fiscales, como hacen los mismos empresarios que luego entregan premios a la probidad y claman por transparencia. Pero a veces las bofetadas son particularmente sonoras, expuestas al público, terriblemente degradantes.
Ese es el tipo de bofetada que nos dieron los dos políticos más relevantes de esa epidemia nacional que llamamos peledeísmo: Danilo Medina y Leonel Fernández. Resulta que con el objetivo de garantizar sus proyectos personales y faccionales de poder –no es otra cosa lo que estos dos sujetos están negociando- han llegado a un acuerdo para volver a tratar la Constitución como papel mojado, garantizar las posiciones de los legisladores que hace mucho tiempo dejaron de ser representantes de algo más que de sus propios intereses y abrir un espacio indiscutido a Leonel Fernández en 2020, cuando Medina haya agotado su segundo mandato.
El asunto tiene una utilidad: develar la degradación ética y política a la que ha llegado el peledeísmo en el poder. Tanto Danilo Medina como Leonel Fernández se muestran en sus verdaderas mezquindades y negocian algo tan trascendental como un cambio constitucional con la misma soltura como los Gambino y los Colombo se repartían los puntos de drogas del sur del Bronx.
Luego, un video nos trajo la procaz aparición pública de un vástago predilecto del peledeísmo: el sobrino del impresentable Monchy Fadul. El mismísimo ministro de Interior y Policía que apoyó públicamente la “hipótesis” de que el joven haitiano acuchillado y colgado atado de manos y pies en un parque de Santiago se había suicidado. El mismo que ha enarbolado el discurso racista y xenófobo que habla de salvar la patria de sus enemigos haitianos, como si acaso tuviera la patria un peor enemigo que él mismo, su partido y sus aliados.
Y en este caso el sobrino del ministro aparece agrediendo a unos policías pasmosamente dóciles, a quienes advierte de su poder y amenaza, sin que nada le pase, ni entonces ni después. Un caso que a un joven pobre de Guachupita le hubiera costado, al menos, un disparo en la rótula. Y sabemos que el sobrino del ministro es un cónsul en Nueva York, con más de 900 dólares de salario mensual por no hacer nada, incrustado en esas nóminas corruptas de la cancillería.
Dos bofetadas sonoras en una semana. Como si la degeneración política peledeísta nos quisiera recordar que con ella solo podremos seguirnos hundiendo en el fondo pútrido en que hoy nos encontramos. Y que necesitamos cambiar para que podamos mirar al futuro con más optimismo.
Haroldo Dilla Alfonso
Solo una idea
7dias
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