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Las elecciones amañadas recién finalizadas han abierto un espacio dictatorial en el país. Ha sido un proceso de centralización y exclusión lento pero visible; y no entraña una dictadura al viejo estilo de las dictaduras clásicas de principio del siglo XX americano; pero configura lo esencial de todo proceso de dominación absoluta: La concepción patrimonial del Estado. Este dato es fácilmente comprobable mirando hacia dentro de lo que ocurrió en el Partido de la Liberación Dominicana: Leonel Fernández no pudo siquiera llegar a competir como precandidato, fue aplastado, cercado, arrinconado como una rata infecciosa. Lo contrario se presentó cuando la coyuntura electoral del 2008, siendo Leonel Fernández presidente de la República y del partido de la liberación dominicana, y teniendo bajo sus dominios la hegemonía en los organismos de control partidario. En esas circunstancias Danilo Medina fue candidato, y se sometió al escrutinio; y aunque es cierto que “lo derrotó el Estado”, no menos cierto es que pudo victimizarse, empleando el breve espacio democrático que había. El espacio dictatorial que se abría siendo él presidente de la República, en cambio, borró con violencia y dinero toda posibilidad de participación de Leonel Fernández en el torneo interno. La compensación a los desbandados leonelistas fue el trueque: “reelección por reelección”; otro signo concreto del espacio dictatorial.
¿Qué había ocurrido hacia dentro del PLD, después de la toma del poder por parte del danilismo?
Simplemente que las castas se movían por el control político, y los rentistas que habían financiado el proyecto presidencial de Danilo Medina querían prolongar la acumulación originaria de capital que habían iniciado. En mi artículo “¿Se mueven las castas dentro del PLD?”, publicado la semana pasada en esta misma columna, afirmaba que “El triunfo de Danilo Medina fue también el triunfo de un grupo económico que vino desde fuera del PLD, y financió el proyecto. Una vez en el poder se formó una casta opuesta a la que el leonelismo había generado. Mientras la casta político-económica del leonelismo se fraguó dentro, la de Danilo Medina vino de afuera”. Para la satisfacción plena del control de la nueva casta, sin embargo, un periodo de gobierno era insuficiente. Todo estuvo claro desde el principio. Algunos de los rentistas del proyecto presidencial fueron a Ministerios de gran manejo de fondos públicos, y otros a Ministerios de fluida exposición pública y control mediático. Con el cambio de la correlación de fuerza dentro de los organismos del partido, la estampida hacia el danilismo de senadores y diputados leonelistas, la sumisión absoluta del aparato judicial del país, el control de la Junta Central Electoral y el miserable tribunal electoral; la intimidación de los poderes fácticos y la compra de la “oposición”; el espacio dictatorial se empinó sobre la construcción de la figura mesiánica de Danilo Medina haciéndolo flotar como un ser transportado a las regiones de una humanidad superior.
De ese modo Danilo Medina fue promovido al rango de espectáculo excitante y de símbolo contrapuesto a Leonel Fernández, negando cualquier intento de situar la historia real. Pero lo que estaba ocurriendo es que la concepción patrimonial del Estado imponía al danilismo cerrar dentro de su partido toda ilusión democrática. Otro período, y quizás otro más, no eran posibles sin la aniquilación de la contradicción interna. Leonel Fernández está condenado a ser polvo, y en polvo se convertirá. Dicho de otro modo: el danilismo sobreindica la intención de pulverizarlo, si no lucha, si no abandona el disfrute del “glamour” del poder, y asume sus contradicciones. El fundamento de la concepción patrimonial del Estado es la corrupción. El Estado se objetiva como botín de guerra, propiedad del partido o grupo que detenta el poder. Concepción patrimonial y corrupción brotaron en el mismo árbol, y son episodios tan recurrentes en la vida institucional de nuestro país, que el sentido común ha terminado por coexistir con ellos como algo natural. Lo que vivimos ahora es una reiteración de esa saga histórica. Es como si regresáramos al siglo XIX, el mismo control, las mismas argucias de centralización, en beneficio de una casta económica política que ha asaltado el poder y compite con otra dentro del partido. Ninguna lucha de ideas. Lo que se ha abierto en el país es un espacio dictatorial, cumplimentando todo el plano formal de una democracia.
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El próximo martes 16 de agosto Danilo Medina jurará de nuevo respetar la Constitución de la República. Lo mismo que hizo en agosto del 2012. El camino que lo llevó de nuevo al poder ha abierto un espacio dictatorial, y el retroceso de las magras conquistas institucionales edificadas a duras penas a partir del año 1961, junto con la pérdida ostensible de la calidad de la democracia, están a la vista de todos. El torneo electoral que facilitó su reelección fue una batalla sucia y desigual. Después de la muerte de Trujillo, ni siquiera en los variopintos torneos electorales del doctor Joaquín Balaguer se había visto un uso tan desmesurado de los recursos públicos. Fue un proceso electoral histórico, abusivo, que le granjeó el poder despótico al nuevo Dios morado; pero que lo dejó huérfano de legitimación.
Cercenó la democracia interna de su propio partido, cercando, atemorizando y pulverizando en el terror a Leonel Fernández. Compró el voto partidario en las instancias legislativas usando recursos públicos, y manipuló la voluntad de los partidarios del leonelismo trocando reelección por reelección. La retícula de poder que se instala el martes próximo tiene no solo la reelección del demiurgo, sino la del 90 por ciento de los senadores, las tres cuartas partes de los diputados, y un poco más de la mitad de los alcaldes. Una vulneración flagrante del derecho constitucional de elegir y ser elegido, y una raquítica expresión de la democracia partidaria. Además, su megalomanía dejó en cueros el ego de Trujillo. Lo prostituyó todo para permanecer en el poder, comenzando por su propia palabra. Trampeó el sentimiento del votante instrumentalizando la miseria con los recursos del Estado, e inundó la televisión, las calles, las avenidas, las carreteras, los sitios electrónicos, los periódicos, la radio, y hasta la intimidad de los hogares; con su cara sonriente y un estribillo que nos hacía creer que él era el paraíso en persona. Mercadeó la “oposición”, y la infamia y la vergüenza de la compra del voto se legitimó públicamente. Aplastó sin piedad toda noción de ética en la práctica política.
La atmósfera dictatorial suele polarizar la vida y la palabra, y aunque todos hemos vivido la realidad de un sufragio en el cual más de un 35% es un voto de temor (usufructuarios de la nominillas B y C, solidaridad, bono luz, bono gas, bono choferil, exoneraciones a los ricos, etcétera) nadie habla. Nos hemos pasado más de dos tercios de nuestra seudo república luchando contra el autoritarismo, y siempre nos sorprende el advenimiento de lo insólito. Danilo Medina es, aunque la larguísima tradición autoritaria lo apoye, la reticencia de nuestro silencio, la maldita desgracia del nombre que siempre queremos desterrar de nuestra historia por una extraña fatalidad, y que siempre regresa: Dictadura.
Tomando en cuenta que desde el fondo de la realidad social dominicana actual vivimos en una “cuasi-dictadura”, ese poder que se instala el martes 16 es como el susurro de la escama del réptil. La hiper corrupción es la que impuso la obligatoriedad del continuismo, y la hiper corrupción es lo que intentará volver a imponerla. Ese Danilo Medina que jurará este martes 16 respetar la Constitución que él modificó para reelegirse, intentará hacer lo mismo en las elecciones del 2020.
Que jure y perjure, que dibuje un país de maravilla apoyándose en la enorme propaganda que intenta invisibilizar la miseria material y moral del país; que desguañangue el débil andamiaje institucional respondiendo a la hiper corrupción que maneja el grupo económico que invirtió en su proyecto; porque ya él no engaña a nadie, la ambición y la angurria de poder se ha repetido tanto en la historia dominicana, que el imaginario popular la ha fijado como algo “natural”; consustancial a una esencia de la dominicanidad; siendo, como es, un orden histórico particular de la práctica política que la legitima.
Y fue el fenómeno de la hiper corrupción el que transformó súbitamente toda la naturaleza de clase de la pequeña burguesía del PLD, abriéndose con la movilidad social unos apetitos cuya ausencia de límites ha borrado cualquier escrúpulo. ¡Que jure defender la Constitución el próximo martes! El espacio dictatorial trae una desventurada ráfaga que amenaza clavarnos como país en la demencia del dictador. Caricatura de nación en la que moramos bajo instituciones formales, y una dictadura real. Con un tipo reinando que se cree un Dios.
Andrés Luciano Mateo
Hoy
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