Los empresarios dominicanos, los grandes, porque los chiquitos van por su cuenta, se encuentran en su peor momento como grupo de poder, influencias y, sobre todo, como hombres de negocios. Por 20 años han visto absortos como se aprobaban por “consenso” leyes, y se nombraban jueces, ministros y ministerios nuevos que los afectaban, y no han alzado la voz. Mientras, el otrora “predestinado” socavaba la institucionalidad democrática y hacía del comité político de su partido el mayor engranaje de poder y de negocios en el país.
¿Qué influyó para que llegáramos a esta situación? ¿El miedo? No, la dejadez de las nuevas camadas, y el vivir en su país como si vivieran y fueran de los Estados Unidos o de España. El Consejo Nacional de Hombres de Empresas, aquel grupo de empresarios que se reunía en el Club de Ejecutivos del edificio La Cumbre, con don Payo Ginebra a la cabeza, es ya historia olvidada.
Hoy, los hijos y nietos de los empresarios de los años 60 y 70 ni siquiera pueden hacer quórum en sus reuniones para elegir quien les presidirá o para estudiar una propuesta nueva de ley que les afecta para bien o para mal. Hoy, personajes como Euclides Gutiérrez declaran que gana millones de pesos por los derechos de sus libros, que nadie lee, mucho menos compra, y aquí no pasa nada. Hoy, un joven de treinta y tantos años que ha sido empleado público desde que es conocido, es nombrado en un alto puesto y declara tener más de 230 millones de pesos, y no pasa nada. Su declaración de patrimonio parece más bien una declaración de deseos.
La norma de la corrupción política de antes era la de “aceptar un diez o un quince por ciento de los “negocios” que hacían empresarios con los políticos de turno en el gobierno. Hoy ese diez o quince por ciento es historia. Hoy es el treinta por ciento y participación accionaria en el negocio. O simplemente el negocio o la transacción es hecha enteramente por el político corrupto y al empresario, emprendedor o lo que sea solo les queda participar en concursos que todo el mundo sabe que no ganará, y que ingenuamente lo que hacen es servir de justificación procedimental al concurso de obra, compra o venta de algo.
Las últimas elecciones nacionales con los nuevos cargos gubernamentales son la culminación del “fuera de juego” a los empresarios. No son más que espectadores con ínfulas, en un juego en el que no saben cómo jugar y en el que las reglas les fueron impuestas hace tiempo y no se dieron cuenta, y quizás es tarde para reaccionar.
Fernando Casanova y Llaca
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