Creo que todos estamos de acuerdo en que la impunidad es la principal responsable de que la corrupción se considere, al igual que el dengue y la leptospirosis, una enfermedad endémica del cuerpo social dominicano, al que poco a poco y con la virulencia de un cáncer particularmente maligno va venciendo y doblegando.
También deberíamos estar de acuerdo en que la tolerancia social hacia la corrupción que ha ido sedimentando esa impunidad, ese ver como se acumulan grandes fortunas a costillas del Presupuesto Nacional y a los agraciados no les pasa nada, es el mejor y mas fértil abono para que el flagelo siga creciendo y mutiplicándose. Porque demostrado está que los políticos, principales beneficiarios de ese impune latrocinio que llena generosamente sus bolsillos, no moverán un dedo para cambiar ese estado de cosas.
Eso quiere decir que tienen que ser los ciudadanos, principales perjudicados, aunque la mayoría todavía no acabe de entenderlo, por la corrupción que nos empobrece y degrada nuestras instituciones, los que asuman esa tarea, por lo que no les queda de otra que abandonar esa tolerancia tan perniciosa y decirle basta ya a los que se roban la riqueza nacional.
La marcha Por el Fin de la Impunidad que han convocado para el domingo 22 de enero un conjunto de organizaciones sociales y ciudadanos independientes, con el propósito de exigir que las investigaciones de los sobornos que pagó Odebrecht a funcionarios dominicanos lleguen realmente hasta las últimas consecuencias, es una buena manera de empezar a salir de la pasividad que tan cara nos ha salido, pues ha convencido a los políticos de que pueden hacer con el país lo que les dé la gana y que no haremos nada para impedírselo.
Claudio Acosta
Hoy
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