Desde que lo leyera hace ya algunos años, no he dejado de recomendar a mis amigos y amigas más cercanos el ensayo La seducción de Siracusa, epílogo escrito por Mark Lilla para su libro Pensadores temerarios, los intelectuales y la política, aparecido en la edición de marzo de 2004 de la revista mexicana Letras Libres.
Partiendo de la relación de Platón con Dionisio el Joven, Lilla disecciona el papel, y el alma, de los que llama “intelectuales filotiránicos”, que aun animados por pasiones distintas, terminaron convertidos en justificadores de las peores tiranías, de izquierda y derecha, conocidas por el convulso siglo XX.
Sin embargo, aquellos tuvieron, mal que bien, una “razón” que justificaba sus elecciones: creyeron servir a una causa superior, de la que dependía la concreción de sus interpretaciones del mundo. No los exime esto de responsabilidades, pero permite entender el porqué actuaron de una u otra manera. En el altar de la cultura aria, filósofos de la talla de Martin Heidegger y Carl Schmitt depositaron devotamente “justificaciones” fundamentales del nazismo; frente a la tiranía estalinista, pensadores como Jean Paul Sartre decidieron mirar para otro lado para poder salvar sus adhesiones.
Aunque Lilla centra su análisis en los pensadores “filotiránicos”, espécimen que ahora es “light” en el sentido que da Vargas Llosa al término, la referencia a Dionisio el Joven es también de una marcante actualidad, incluso en estas tierras impredecibles.
¿Cómo describe Lilla a Dionisio el Joven? Lo describe como un tirano transformado en “ávido consumidor de ideas de segunda y tercera mano, que regurgitaba en escritos donde ‘picoteaba’ el pensamiento de Platón”.
Cuando el filósofo ateniense, estimulado por su amigo Dión, dice Lilla, llega por tercera vez a Siracusa, se le revela con claridad meridana que Dionisio solo deseaba adquirir “una pátina de conocimientos, pero que carecía de la disciplina y la voluntad necesarias para someterse a los argumentos dialécticos y encaminar su vida en el sentido que indicaban las consecuentes conclusiones”. Por ello, agrega el autor, Platón lo compara con un hombre que quiere estar al sol y que solo consigue quemarse.
De este tipo de políticos tenemos experiencias cercanas e identificables: sus ímpetus pretendidamente teóricos son cultivados en el caldo de un hipernarcisismo que los desconecta de la realidad, induciéndolos a una suerte de esquizofrenia política cuyo patético resultado es el soliloquio y el aplauso de los borregos.
Volví a leer este artículo de Lilla por dos razones, consciente de que el interés de la lectura era el refrendo. Una, lo mucho que Leonel Fernández se me parece a Dionisio el Joven. Otra, mi comprensión de la lacerante soledad social e intelectual de Andrés L. Mateo.
Margarita Cordero
7dias.com.do
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