Rabia e impotencia. Esos y no otros sentimientos invaden el alma de una parte considerable de la sociedad dominicana. La imagen de Félix Bautista los brazos en alto y los dedos índice y pulgar de ambas manos haciendo la señal de la victoria, es un insulto que prolonga el infligido por el juez Alejandro Moscoso Segarra cuando lavó de culpas, gracias a su poder y complicidades, a un irredimible.
Rabia e impotencia, precisémoslo, que no son fruto perverso de la venganza frustrada contra el más vulnerable de los corruptos. Es más complejo y doloroso y sobrepasa a Félix Bautista: es constatar que la corrupción tiene en el país patente de corso porque nuestros tribunales han sido hasta hoy incapaces de juzgarla y condenarla.
Una sociedad donde la corrupción sea impune se abisma de manera irremediable. La democracia no puede funcionar donde el delito es mérito y el ciudadano nada puede esperar de la justicia. El equilibrio democrático se rompe; sin árbitros creíbles, la cohesión social se disuelve y campa el cinismo colectivo. Los sociólogos lo llaman anomia, el lenguaje popular, “sálvese quien pueda”.
Más aunque sobran motivos para la desesperanza paralizante, mayores seguirán siendo nuestras posibilidades de levantarnos como nación, como sociedad y como individuos del fangal que nos anega. Bien visto, el fallo de Moscoso Segarra no deja de ser una riesgosa apuesta del artífice del secuestro de las altas cortes. El titiritero que ha movido los hilos del títere, cuyo nombre y apellido son conocidos, ha caminado sobre el filo de la navaja cuando sus dotes de equilibristas apenas conservan brillo.
Compensa además saber que el juego no ha terminado aún. De creerle al procurador Francisco Domínguez Brito, Félix Bautista no tiene seguro el sueño plácido de los salvados de la justicia. Tampoco lo tiene Leonel Fernández. Excepto la predecible y delirante encuestadora que se le asocia, todos los sondeos de opinión independientes vinculan su pérdida de popularidad con la corrupción que ha quedado hoy nuevamente sin sanción. Ese es su karma. Escasísimos deben ser quienes no piensen que el fallo de Moscoso Segarra tiene su impronta política. Habrá salvado de ir a juicio de fondo a su hijo putativo, pero no podrá salvarse él mismo del juicio inapelable de la opinión pública.
Margarita Cordero
LA OPINIÓN DE LA DIRECTORA
7 Días
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