El siete de octubre, cuando Hugo Chávez agradecía al pueblo venezolano su triunfo en las urnas, a su lado, ninguno de sus más cercanos colaboradores mostraba felicidad. Con el paso de los días, los rostros compungidos de aquella noche se convirtieron en la muestra más fehaciente del conocimiento del estado de salud del presidente por parte de su círculo más cercano. Pero la práctica política, en los países con acusada debilidad institucional, encuentra en la retención del Poder su mayor muestra de éxito político, sin importar que con ello se lleve de cuajo la incipiente democracia.
Antes de partir a Cuba, Chávez dejó a un presidente designado, Nicolás Maduro, y le pidió a los venezolanos apoyarle en caso de que él no regresara del predio comunista de los hermanos Castro. Tanto Maduro como Henrique Capriles contaban para este proceso electoral recién pasado con el apoyo de fuerzas extrapartido, el primero tenía a su favor todos los recursos del Estado y las instituciones de gobierno, así como al régimen cubano sirviéndole de asesor; mientras el segundo -como es lógico- fue reforzado por la diáspora venezolana contraria a Chávez, y hasta se menciona al Departamento de Estado de EE.UU.
De no ser por la manipulación del chavismo para aprovechar el duelo por la muerte de Chávez, al punto de especular con el posible envenenamiento del líder de la revolución Bolivariana, ambos contendores hubiesen competido en igualdad de condiciones. Maduro contó con el silbido de un pajarito que no tuvo Capriles, pero no solo eso, la derecha venezolana no mostró arrepentimiento por las décadas de gobierno en las que solo se interesó por lucrarse a costa del petróleo, mientras la mayoría de los venezolanos vivía por debajo del umbral de pobreza.
El desempeño de Maduro es cuestionable. El esfuerzo, los recursos y el abuso de poder no se corresponden con los resultados. Algunos atribuyen la diferencia de menos de un 1 % entre los dos contendientes -con el 99.12 % de los votos escrutados- a que Maduro no tiene el genio de Chávez, eso es más que evidente: Es más cómodo y productivo -a mediano y largo plazo- ser uno mismo, que fingir y copiar el estilo de otro, sin embargo, Maduro necesitaba del genio de Chávez para ya. Y esa falta de carácter y carisma no sólo le hizo perder apoyo dentro del chavismo, sino que no logró convencer a los abstencionistas. En el análisis, no se puede dejar de lado el desgate del chavismo en momentos en que los desaciertos en el manejo de los recursos del Estado y la economía quedaron al descubierto en pleno proceso electoral.
Nicolás Maduro es el presidente de Venezuela. Ninguna auditoría cambia los resultados de un proceso electoral, máxime si fue fraudulento y si la revisión es con el mismo CNE como árbitro; no existe ni la más mínima garantía de imparcialidad. Ante este panorama, sólo les queda a los venezolanos aprender a hacer limonada: El chavismo debe hacer todo lo posible para unificar a la nación, y la derecha debe demostrar a los venezolanos de abajo que en un eventual gobierno suyo no perderán los “derechos adquiridos” con Chávez, como son los derechos a la salud, la alimentación y un techo digno. ¡Capriles, váyase en paz!
Poner las barbas en remojo
Cuando un sistema de partidos está polarizado y atomizado, y además uno de los dos partidos o grupos de partidos se yergue en el descrédito, el escenario es propicio para que el partido que se haga con el Poder use los recursos del Estado para mantenerse siempre arriba, porque arriba es muy bueno. Esto pasa en Venezuala y por ese mismo camino va el sistema de partidos en República Dominicana con un PLD que usa el Poder para mantener la fidelidad de decenas de ventorrillos políticos que le garantizan llevarle la ventaja al PRD en cada proceso electoral, y un partido opositor desmembrado y confundido, tan confundido que ha elegido como líder del proceso de reestructuración a un político controvertido , generador de una gran tasa de rechazo a lo externo del partido, en detrimento del liderazgo menos viejo y con menos mácula. No es lo mismo copiar la estrategia política del continuismo y aplicar una política social empobrecedora, pues el resultado es una bomba de tiempo.
Patricia Báez Martínez
Z - 101 Digital
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