Uno de los signos de continuidad entre Leonel Fernández y Danilo Medina es el apego a la Fuerza Nacional Progresista /FNP). Un apego que define el tono conservador y derechista de ambos y del partido que comandan.
La FNP no es una fuerza electoral consistente –no aporta más de un 0.73 % de votos- pero agrega recursos de todo tipo, incluyendo políticos. Pero es el tipo de partidos que no prospera si no es en épocas de crisis de los sistemas políticos, como sucedió con los fascistas en Europa en los 30s o actualmente con los xenófobos franceses de Le Pen. Por eso, y porque se trata de una familia propietaria que no pierde la oportunidad de enrolarse en cuanto acto político negativo ocurre en el territorio nacional, la FNP de los Castillos no debe crecer.
La inserción de la FNP en cualquier gobierno crea más problemas que ventajas, un ejemplo de lo cual es el atolladero que generaron con el asunto de las desnacionalizaciones. Pero tiene un valor en la política nacional, pues la FNP y la familia de Vincho Castillo no son en realidad un partido, sino un poder fáctico. Son la quintaesencia de lo peor de la política nacional. Son una garantía para la oligarquía local –incluidos el cardenal y la alta jerarquía católica- de que todo marcha bien. Y por eso Leonel Fernández se proclamó a sí y a su partido como vinchista en lo que creo ha sido uno de sus pocos actos de sinceridad política.
Danilo Medina no sólo conservó las posiciones de la FNP en el gobierno –en particular la imprudente decisión de mantener la Dirección de Migración en sus manos- sino que la ha ampliado nombrando a Pelegrín Castillo como ministro de Minería en momentos en que el país se reconvierte como productor de minerales y se debe negociar el asunto de Loma de Miranda.
Y el resultado ha sido la sustitución de Pelegrín Castillo en la cámara por su hermano Vinicio. Un cambio terrible, pues ambos son igualmente chovinistas, derechistas y fascistoides, pero Pelegrín tiene un mínimo de cordura política, que el hermano no tiene.
Vinicio Castillo Semán tiene una actuación pública incompatible con la estatura moral y la sabiduría política que debe tener un legislador. Es un gamberro de la política de barrio, y lo demostró cuando arengaba a las turbas que pedían la muerte para los traidores –es decir, las personas decentes del país- en el Parque Independencia. O cuando en sus comparecencias públicas difama, agrede y condena a quienes piensan diferente. El Congreso nunca debió admitir en sus filas a un impresentable de esta naturaleza, y pudo haber optado por otros integrantes de la terna.
Y ya estamos pagando el precio. El diputado “Vinicito” –revalidando la prosapia de paleros trujillistas, defensores de banqueros corruptos y armadores de fraudes públicos- se le ha ocurrido nada más y nada menos que construir un muro en la frontera.
Quien conoce nuestra frontera –e imagino que un militante nazionalista como el diputado debe conocerla- puede fácilmente imaginarse la futilidad de un muro. Quien conoce la política, -e imagino que quien vive de ella debe conocerla- sabe las inconveniencias de este tipo de aventuras, sobre todo tras ese inmenso descalabro moral que ha significado para nuestro país el proceso de desnacionalización. Y creo que si “Vinicito” se ha lanzado en esta aventura legislativa, es por dos razones.
La primera, porque levantar la idea del muro tiene un valor simbólico en momentos en que las fuerzas racistas y xenófobas han sido obligadas a replegarse en el penoso tema de las desnacionalizaciones. Más que una iniciativa legislativa, se trata de una arenga que el cardenal, el CONEP y toda la derecha política agradecen.
La segunda, porque finalmente Vinicito solo imagina el mundo desde un muro. Un muro que separa y discrimina. Su propia cabeza no es otra cosa que un muro.
Haroldo Dilla Alfonso
Solo una idea
7dias.com.do
http://www.7dias.com.do/opiniones/2014/06/16/i166113_vinicio-diputado-muro-cabeza.html#.U6GWWZR5PHg
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