UNO
La culta Europa, la milenaria Europa, la fuente primigenia de la cultura racionalista del mundo occidental, tiene también sus absurdos y sinrazones. ¿Es posible entender la vigencia de Reyes, Marqueses, Condes, y toda esa parafernalia de la nobleza, en un siglo de plena posmodernidad en expansión?
Lo digo porque he seguido el espectáculo de la muerte de la Duquesa de Alba, Cayetana; cuya ascendencia entronca con ese insondable vericueto de la nobleza española. ¿Qué hacen estos “nobles” en el mundo de hoy, cómo obtuvieron sus riquezas, no son ellos mismos aprovechadores de un excedente de producción al que no aportaron nada, puesto que el concepto peyorativo del trabajo les impedía crear riquezas? ¿No es la nobleza una clase parasitaria, absolutamente innecesaria en un mundo como el actual?
Lo de la Duquesa de Alba me dejó sin sentido. La culta Europa, la de Renato Descartes y los grandes sistemas de pensamiento que han florecido en su suelo. La Europa de la luz y el racionalismo, la del positivismo, la de las vanguardias, esa Europa soñada por tantos intelectuales latinoamericanos, viviendo también en el exilio de la razón.
DOS
En realidad, vivimos en un país subjuntivo. El país que describen los políticos dominicanos cuando hablan no existe, es un subjuntivo destinado a aplacar la decepción de la historia. Más de ciento cuarenta años de autoritarismo es flagrantemente una violencia empotrada en la personalidad nacional. La gente dice y repite que de alguna manera todos llevamos un “trujillito” por dentro, y si las palabras deben ser usadas para comprender y explicar, no para controlar y oprimir, ese “trujillito” por dentro es una advertencia respecto de una historia de azarosas complacencias opresivas.
¿Es posible que, después de treinta y un años de dictadura, vivamos de nuevo la atmósfera de la opresión y el desasosiego del poder absoluto? ¿Cómo imaginar una justicia que disfraza “jueces” poniéndoles togas y birretes a militantes del PLD, y dotándolos de un rostro marmóreo, inmune a la repulsa social? ¿No es el juego formal de la democracia en el discurso lo que vivimos, mientras los miembros del partido oficial hacen lo que les da la gana con los dineros públicos, y nada pasa, y un manto de impunidad los cubre?
Ni el progresismo evolucionista, ni el racionalismo democrático han normado la vida de relación del dominicano. Ese “trujillito” que llevamos por dentro salta de donde menos lo esperamos. Y ahí está, impertérrito, recién estrenado.
TRES
Cuando escribí mi libro “Al filo de la dominicanidad”, me quedé extasiado ante la aventura espiritual que nosotros representamos. Nuestra vida es ese balanceo inexorable entre el “parecer” y el “ser”. Uno no sabe a qué atenerse. Casi se puede decir que, entre nosotros, las palabras han sustituido la propia experiencia de la realidad. No significan sino la estrecha imaginería del hablante, el reducido referente semántico de sus intereses, el empedrado ruedo de las estrategias políticas inmediatas. Quizás el mejor ejemplo de esta indefinición entre el “ser” y el “parecer” de los dominicanos, es la heterogeneidad de las instituciones políticas, y el desprecio que sienten por la verdad. El engendro que hemos creado mezcla la más rancia tradición autoritaria, el caudillismo, movimientos sociales democráticos, visión paternalista y neoliberalismo. Y en ese potaje cabe de todo.
Este es un jodido país subjuntivo, sólo existe en el futuro, se proyecta como posibilidad, casi es antítesis del amargo de retama del presente. Y mientras tanto, quienes nos gobiernan nos roban el presente. Esa es la disyuntiva subversiva, porque yo habría aceptado mi destino de vivir en ese país subjuntivo, pero ¿y qué hago con el presente?
CUATRO
Yo no me quiero apabullar a mí mismo con la metafísica de la certeza. Pero aquí como que no ocurre nada. Nuestro modelo continuista no registra las etapas por las cuales pasan los pueblos a través del tiempo. La historia no es una novela, pero aquí como que regresan los mismos pendejos a “salvarnos”. Esta vaina no es una historia sino una arqueología. Y es por eso que escribo estos panfletos que comienzan con la banalidad de la Duquesa de Alba, Cayetana; y terminan con nuestra propia radiografía, y todos nuestros sueños marcados radicalmente por el oprobio.
Andrés Luciano Mateo
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