Hace una década, Participación Ciudadana publicó un estudio (puede consultarse en internet) titulado “Veinte años de impunidad”, que analizaba los casos más sonados de corrupción conocidos que involucraban al sector público entre 1983 y 2003.
Los autores recorren más de una veintena de casos que van desde el fraude de Baninter hasta el alegado desfalco del Banco Agrícola por su entonces director Adriano Sánchez Roa. El resultado fue desalentador:
“Hasta ahora –escribían- el resultado de la lucha contra la corrupción ha sido que entre los casos ya fallados, y aquellos en trámite judicial, hay involucrados 207 personas, de las cuales ninguna está presa y sólo una ha cumplido parcialmente condena. Vale decir, en República Dominicana se ha institucionalizado la impunidad”.
Si Participación Ciudadana decidiera actualizar este estudio solo tendría que agregar descripciones de situaciones a lo ya escrito. Por ejemplo, pudiera agregar que los criminales que empobrecieron a un millón de dominicanos cuando el Baninter y otros casos bancarios, siguen siendo tan ricos como antes. Que Ramón Báez solo cumplió cinco años en una celda de lujo, mejor que el hábitat de la mayoría de las familias dominicanas. Y que los Pellerano volvieron a reunirse en su peculiar sagrada familia tras una campaña de su periódico –Diario Libre- en que el desfalcador aparecía como un mártir incomprendido. O que Sánchez Roa es ahora uno de los legisladores más lamentablemente locuaz que tiene la república, donde, por cierto, comparte funciones con individuos de pésimo récord legal, como es el caso del diputado por La Vega Radhamés Ramos, un traficante de personas que aconsejó a las mujeres que quieran abortar que se lancen de nalgas por una escalera, y que en 2010 confesaba recibir mensualmente cerca de 400 mil pesos por salarios y otras prestaciones, además de varios millones al año por exoneraciones y donaciones a las ”ONG”.
Un sistema, recuerdo el informe, de impunidad institucionalizada.
Quizás lo que ha cambiado es la relación cantidad/calidad de la corrupción. El PRD siempre fue corrupto, pero practicante de una corrupción extendida, amplia pero de poca monta. Destructiva y execrable, pero más afín al raterismo político que al gran negocio. El Plan Renove, por ejemplo, fue un asunto de raqueteros respecto a lo que vino después con el PLD.
Por supuesto que en la gestión del PLD han existido las mismas mañas de baja estofa que han caracterizado a los perredeístas corruptos. Un ejemplo de ello pudiera ser el muy tratado Radhamés Segura, llevado a las cámaras por la prensa, o el caso, aún más grosero, de Euclides Gutiérrez gastando tanto dinero oficial en almuerzos y cenas como el que muchos hospitales no tienen para asegurar cuidados básicos a sus pacientes. Y probablemente existan decenas más que practican el nepotismo, se apropian de partidas monetarias indebidas o cobran comisiones por traficar influencias. Entre otros pecados.
Son, repito, ladrones depravados y condenables. Pero si los comparamos con la gran corrupción que hoy parece simbolizar Félix Bautista (“hijo putativo” y bolsillo derecho de Leonel Fernández) hay que llegar a la conclusión que no son otra cosa que carteristas de buses llenos. Probablemente una investigación a fondo de lo que ha sucedido en los últimos 10 años nos indicaría una peculiar mezcla de negocios privados, malversación de fondos públicos, manejos políticos incluso internacionales y narcotráfico.
Probablemente nada quede en pie, ni siquiera aquellos gestos altruistas del gobierno dominicano hacia Haití cuando el terremoto. Pues la corrupción de alto nivel que practican estos altos dirigentes peledeístas no admiten altos principios.
Haroldo Dilla Alfonso
Solo una idea
7 Días
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