El mundo que se le ¿derrumba? al Cardenal
El Cardenal López Rodríguez, desde su posición de jerarca católico, ha incidido con un peso muy importante sobre la vida contemporánea de la República Dominicana.
En las últimas décadas, siempre ha estado ahí, no solo para oponer resistencia cada vez que se ha corrido el riesgo de adquirir alguna pequeña conquista democrática, o de los derechos humanos, sino para impulsar y apuntalar algunas de las menos elogiosas particularidades del sistema de ideas y valores a los que él sirve, y sobre todo, para el acrecentamiento de las riquezas materiales y del poder político de la más vieja y exitosa corporación multinacional del mundo: La Iglesia Católica.
Con un carácter extremadamente arbitrario y petulante, la condición de “príncipe” de la iglesia en una sociedad medievalizada, con un precario ejercicio de los derechos y deberes políticos y ciudadanos, le cayó como anillo al dedo a un aspirante a sátrapa.
Nadie ha disfrutado como él, los mundanos oropeles de una iglesia con estructura y estética monárquicas, tan ostentosa como los políticos, los mafiosos, los narcotraficantes y los ladrones de mayor cuantía, que siempre ha tenido entre sus devotos y aliados.
Ataviado con toda la parafernalia de oro y piedras preciosas que corresponden a su uniforme, compite con la Reina de Inglaterra y hasta luce más extravagante que el cantante de rap Snoop Dogg, lo cual también suele aplicar a papas y otros cardenales.
Sin embargo, los tiempos han cambiado, al menos en algunos aspectos de su fachada y los días de la ancianidad del Cardenal, amenazan con no transcurrir con la apacible rutina e incuestionada autoridad, que él esperaba.
Por estos días, El Cardenal ha tenido más de un disgusto. Primero fue el catastrófico cambio de Papa. Esto ha traído una serie de novedades que, aunque hasta el momento solo han sido cosméticas, le genera mucha angustia a gente reacia a renovaciones, sean estas reales o simuladas.
Cuando él estaba encabezando una cruzada a favor del alegado orden natural divino de las cosas y en contra del nuevo embajador gringo por ser gay, tuvo que interrumpir sus discursos de discriminación y odio y salir corriendo para Roma, a explicarle al nuevo Papa Francisco, las andanzas del Nuncio Apostólico -entre otros episodios similares- que salía a violar niños y a contratar servicios sexuales de adolescentes, al pie de la estatua de Fray Antón de Montesino.
Hay quienes dicen que algunos de los desórdenes más memorables de la Zona Colonial -de lo que tanto se ha quejado El Cardenal- en realidad eran fiestas protagonizados por El Nuncio y sus amigos. Desde que este anda prófugo (no se sabe de quién, porque ninguna autoridad le ha caído atrás) el silencio y la tranquilidad reinan en las calles aledañas al palacio cardenalicio, donado y renovado durante uno de los gobiernos de Balaguer, que como Trujillo y los demás gobernantes, bien pueden reclamar el título de “Benefactores” de la iglesia, con el dinero del país.
Hace un par de días, el Papa tuvo la desconsideración de enviarle al Cardenal una carta explicándole lo que debía ser obvio, aunque se quede estrictamente en lo teórico, llegando casi a lo cínico: que los abusadores deben responder por sus conductas, lo que debió generar mucho movimiento y más de un soponcio, bajo las protectoras togas del Cardenal.
Por si fuera poco, el nuevo Nuncio es una fuente de inquietudes, no por el tipo de conductas atribuidas a su predecesor -por lo menos hasta donde se sabe- sino por algo que desde el punto de vista de las evaluaciones que suelen hacerse en el entorno de La Catedral sí es imperdonable: el color de la piel. Un Nuncio negro, con una espléndida sonrisa blanca, puede crisparle los nervios a cualquier fascista hispánico trujillo-franquista, que ande hablando de purezas de culturas, razas y nacionalidades.
A menos que se trate de alguien al estilo del intelectual Manuel Núñez, bien puede considerarse que el principal mensaje del nuevo Nuncio es el propio Nuncio en sí mismo y que este no es precisamente una felicitación para El Cardenal.
La posición racista y discriminante del Cardenal, aunque enraizada en la tradición católico-hispánica con relación a los dominicanos descendientes de haitianos y con relación al tema de la inmigración haitiana en República Dominicana, en la actual coyuntura, no representa al Vaticano.
No tiene nada que ver con una humanización o sensibilización del Vaticano, ni con asuntos de bondad, solidaridad, hermandad, ni siquiera con una noción tan pervertida como la de la caridad, ni con coherencia con el discurso evangélico; sino con un problema de intereses políticos, que El Cardenal no puede asumir, rígidamente posicionado en su papel de regente todopoderoso, que se niega a despojarse de sus doradas túnicas de oro, para ponerse el humilde atuendo de un pastor de ovejas, como sí ha hecho El Papa.
De hecho, a este Papa lo eligieron porque ni siquiera había que cambiarle la túnica, ni desbabilonizarlo (como tendrían que haber hecho con El Cardenal dominicano o con el Papa puesto en retiro); ni esconderle los zapatos rojos (como los de Dorothy) en los armarios, ni los cayados de de oro, que para fabricarlos hubo que derretir el tesoro del templo de Jerusalem.
El Vaticano, que ha tenido tremendas pérdidas económicas y de influencias políticas en Estados Unidos, entre otros lugares, a causa de los escándalos por sus pederastas, se solidariza con los inmigrantes y pugna y espera una amnistía, porque una gran parte de esos inmigrantes son mexicanos y suramericanos católicos, que en caso de poder votar, le devolverían a la Iglesia Católica, el poder político que ha perdido, lo que de paso redundaría en la recuperación económica.
Eso no quiere decir, en lo absoluto, que dentro de la Iglesia y dentro del propio Vaticano, no haya mucha gente que por sus convicciones religiosas y cristianas y por su sentido de justicia y de bondad (definidas ambas en una de las variables del contexto de esa misma iglesia) asuman como suyas las causas de sectores discriminados, perseguidos y maltratados.
Solo quiere decir que las posiciones oficiales -explícitas o no- de la Iglesia Católica hace mucho tiempo que no responden a los mejores principios del cristianismo, sino a otras necesidades no muy etéreas.
Al Cardenal lo ha dejado el tren, porque se ha anquilosado de tal forma en su ataúd de Barnabás Collins, que no se da cuenta de que la serpiente solo deja de ser serpiente cuando pierde los colmillos, no cuando muda la piel y que puede respirar y relajarse, hasta que El Papa le mande a decir que él tiene que devolver sus pistolas -y sus cheques, si los tiene- de Vicario, capellán -o lo que sea- de las Fuerzas Armadas y que debe evitar la complicidad con políticos ladrones y el macuteo de obras a cargo del presupuesto nacional.
Sara Pérez
Acento.com.do
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