Las generalizaciones son, por definición, injustas, pero a veces son inevitables cuando necesitamos describir ciertas situaciones, como por ejemplo la rampante corrupción que desangra nuestra administración pública. Se entiende, sin embargo, que el presidente Danilo Medina se moleste si, por culpa de esa “necesidad” de generalizar, algunos sectores meten a todo el mundo en el mismo saco y se niegan a ver los esfuerzos que ha puesto en marcha su gobierno para enfrentar ese flagelo, que se ha convertido, junto a la inseguridad, en la principal preocupación de los ciudadanos.
Y aunque se acepta como válida la queja del mandatario, la pregunta es pertinente: ¿por qué un gobierno que gasta tanto en propaganda, en cacarear sus logros, no ha podido convencer a esos sectores y al resto del país de la importancia de esos esfuerzos? La respuesta es simple. Porque a estas alturas estamos tan hartos de la corrupción y los corruptos, de verlos pasearse por las calles estrujándonos en la cara sus obscenas fortunas, que cualquier acción que no sea la sanción drástica y ejemplarizadora resulta insuficiente.
Y como el presidente Medina ha cumplido su promesa de no tirar piedras hacia atrás, es lógico que los ciudadanos terminemos frustrados al comprobar que las sanciones contra los corruptos nunca llegarán. ¿Cómo no meterlos a todos en el mismo saco si son del mismo partido, están “guisando” en el mismo gobierno y se protegen los unos a los otros? ¿Cómo no generalizar si es generalizada la percepción de que la corrupción peledeísta sigue el principio de continuidad del Estado?
La actitud del gobierno ante el escándalo de corrupción destapado en la OISOE por el suicidio de uno de sus contratistas, que el Ministerio Público ha puesto a hibernar como para que nos olvidemos de que ocurrió, es la mejor demostración de que en materia de corrupción estamos ante mas de lo mismo, pero con la mojiganga de las veedurías.
Claudio Acosta
Hoy
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