Recientemente un periódico matutino (Diario Libre del viernes 24 de abril, en la columna De buena tinta), comentaba el caso de algunos diplomáticos dominicanos que reciben las credenciales en los países donde tienen la representación y luego retornan a la República Dominicana para hacer vida pública en otras actividades, dando a entender que no ejercen la función para la cual fueron designados o que esas Embajadas no son necesarias.
Algunos de estos “diplomáticos” se notan más interesados en otros compromisos en el país, que en el ejercicio de las funciones que tienen en el exterior. Hay casos específicos de periodistas favorecidos con estas designaciones, que están diariamente en medios de comunicación haciendo el periodismo rutinario que hacían antes de ser nombrados.
En la campaña electoral del 2004, se evidenció que el trabajo de algunos comunicadores afines al Partido de la Liberación Dominicana (PLD), consistía en asumir posiciones contra el gobierno de Hipólito Mejía, adhiriéndose a la estrategia que elaboró ese partido, para utilizar la mayor cantidad posible de comunicadores y medios en la creación de una conciencia electoral favorable. En este propósito, se utilizaría una cantidad de recursos jamás invertida en una campaña electoral por un partido de oposición, los cuales serían empleados en un profuso activismo mediático a través de los medios de comunicación.
Connotados comunicadores formarían parte de esta exitosa estrategia y su recompensa la recibirían luego del triunfo electoral. Que decenas de periodistas ocupen hoy importantes posiciones gubernamentales, puede tener su explicación en los aportes que hicieron con sus opiniones y análisis de una “objetividad” favorable al PLD al través de importantes medios de comunicación.
Desempeñar eficientemente las posiciones asignadas, no parece relevante para algunos de los que recibieron esos nombramientos como retribución. En el caso de los diplomáticos, también se manifiesta su poca vocación para ese exigente servicio. Más que cumplir con una responsabilidad, importa el nombramiento en el cargo del gobierno y recibir los envidiables beneficios conexos. El cuerpo diplomático, con sus nobles excepciones, alberga algunos de esos mercaderes de la palabra y del criterio de compromiso, quienes a pesar de sus designaciones en el exterior, se empeñan en seguir haciendo en el país el tipo de periodismo al cual deben sus fortunas y posiciones.
Uno de los más prominentes personajes dentro de ese grupo de comunicadores en la nómina del gobierno, en el estrépito de esa campaña electoral (2004), había dicho sobre mí; “Ese sujeto que está en la Jefatura de la Marina de Guerra dominicana, es un atrevido, un desconsiderado y un fresco” ¿La razón de este exabrupto? Hice lo que él consideró, “acusaciones en su contra”. Se enteró que dije a un amigo que él era parte de un grupo de comunicadores que el PLD utilizaba dentro de una estrategia para desacreditar al gobierno con el argumento de que los jefes militares hacían proselitismo político. Con esta reacción tan destemplada, el periodista negaba sus vínculos con el partido que luego ganaría las elecciones presidenciales y el cual le recompensó con el nombramiento de Embajador en un país suramericano, confirmando el compromiso que le había sido señalado.
Luego de casi cuatro años, asignado a esa Embajada sin que nadie supiera dónde ejercía las funciones de Embajador, ya que su permanencia en República Dominicana no se correspondía con esa designación, fue nombrado Embajador en España, misión que tampoco se conoce dónde ejerce ya que su labor diaria (y en vivo) es en los medios locales en donde se le escucha y se le ve cada día haciendo análisis que concluyen favorablemente en una sola dirección: El Palacio Nacional.
“Qué va a hacer cuando le quiten el uniforme?”... “irá para su casa a prodigar lástima”. Fue otra de las expresiones peyorativas que utilizó. El futuro “Embajador” conocía de mi modesta condición económica. Quitaba todo mérito y dejaba en evidencia su desprecio por lo que significa que un funcionario público pase por posiciones importantes sin sacarle provecho personal y por otro lado, insinuaba que en lugar de mis expresiones en defensa de Hipólito Mejía, debía “buscármela” con el evidente ganador de las elecciones que se avecinaban para que no me retiraran de las Fuerzas Armadas después del cambio de gobierno. Así seguiría recibiendo el salario que necesitaba para vivir.
Los excesos verbales en los cuales incurrió este comunicador, también se caracterizaron por el propósito de proyectarse como víctima. Yo debía preocuparme de que “no le picara un mosquito” y era responsable de “lo que le sucediera” porque había hecho “serias acusaciones en su contra”. Es obvio que el tremendismo de sus palabras logró el objetivo que se proponía. Indiscutiblemente contribuyeron a que calificara para una buena designación en el nuevo gobierno. Él se presentó como víctima de uno de los “generales corruptos que Hipólito Mejía tenía haciendo proselitismo político”. Comunicadores como él, manipularon las expresiones de algunos militares para reforzar la idea de una supuesta participación política.
Es obvio que económicamente al “Embajador” le va mejor que a mí, tiene el privilegio de pertenecer al cuerpo diplomático dominicano y asignado a una de las Embajadas más deseadas. Goza de todas las prerrogativas que esa condición implica, además de las que él se otorga (especialmente la de no estar presente en la legación asignada). Y tiene también todos los beneficios y facilidades que pueden desprenderse de contar los afectos de un Presidente de la República que tiene razones para agradecerle y quien ya se lo demostró, primeramente concediéndole la Orden de Duarte Sánchez y Mella y luego, la privilegiada condición de Embajador (en el fondo de sus conciencias, ambos podrían estar cuestionándose si existieron los méritos necesarios para esos dos reconocimientos)
Yo en cambio, no gozo de esas dispensas, pero aunque sigo viviendo modestamente, no estoy en la condición que él se imaginó, porque vivo con dignidad y orgullo de haber servido a mi país, algo que él no parece valorar.
Vivo también con la satisfacción de que hice mi trabajo honestamente, y no me ganaba el sueldo que tenía, ejerciendo la jefatura de la Marina en Nueva York o en Argentina. Tampoco tengo una fortuna en bancos o en inversiones que trato de justificar como producto de mi salario. Él habrá descubierto la fórmula honesta de hacer el tránsito de simple periodista asalariado a próspero empresario de las comunicaciones.
El personaje de referencia me acusó de hacer proselitismo en favor de la reelección de Hipólito Mejía. Si un juicio sano a mis palabras determina que eso sucedió, sería una equivocación que arrastre en mi historial de vida, pero sorprende que quien lo señalara con tanta vehemencia, demuestre tan poco escrúpulo en retorcer el ejercicio de una profesión tan digna como el periodismo y de irrespetar una función tan delicada como la de Embajador. Mientras pervierte su compromiso social como informador con un sectarismo político que corrompe su calidad periodística, también deshonra al país cuando desatiende sus funciones diplomáticas.
Si un Embajador permanece más en su país que donde está designado, están planteadas varias interrogantes: ¿Son simples botellas esos nombramientos en Embajadas que serían innecesarias? ¿Son los Embajadores quienes irresponsablemente descuidan sus delicadas misiones? ¿La Cancillería dominicana no tiene un régimen o reglamento que discipline a estos diplomáticos? O ¿es que el gobierno se hace indiferente ante la situación, porque le conviene, más que tener un Embajador que haga presencia en un país como España, que permanezca en la República Dominicana haciendo lo que sabe hacer en los medios a favor de los objetivos políticos gubernamentales?
Sean cual sean las respuestas a estas interrogantes, lo que la población percibe es que esta clase de diplomático, le importa un comino la misión que tienen. En el caso del personaje aludido, le parece más importante permanecer en el país haciendo un ejercicio periodístico “imparcial”, “independiente” y “objetivo” a favor del gobierno, resultando Embajador dominicano en España con asiento aquí, pero cobrando religiosamente su elevado salario a pesar de no desempeñar debidamente la función que tiene.
Eurípides A. Uribe P.
Ex-jefe de la Marina de Guerra. Escritor. Licenciado en Ciencias Navales. Estudiante de derecho.