"SEAN MISERICORDIOSOS COMO SU PADRE ES MISERICORDIOSO"
Muy queridos hermanos y hermanas en el Señor, nos dirigimos a ustedes sintonizando con el sentir de la Iglesia en el marco del año dedicado a la Misericordia por el Papa Francisco. El actual Pontífice nos presenta este año jubilar con las siguientes palabras: “Hay momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener una mirada fija en la misericordia para poder ser nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre. Es por eso que he anunciado un Jubileo Extraordinario de la Misericordia como tiempo propicio para la Iglesia para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes”[1]. Esta Carta pastoral tiene como finalidad llevarles nuestro aliento y cercanía de pastores a todos aquellos hermanos que se sienten abandonados, rechazados, faltos de atención y acogida en nuestra sociedad dominicana. Dirigimos este mensaje a todas las personas de buena voluntad para hacerles la misma invitación que hiciera Jesús a sus discípulos en el Sermón del Monte: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso” (Lc 6,36). Invitamos a todos a dar una mirada a la realidad que nos circunda bajo la óptica de la misericordia de Dios y responder a los males que la “desfiguran” con la aplicación de la “medicina” del amor compasivo y misericordioso del Padre. 2. ¿Qué entiende la Biblia por misericordia?
Las Sagradas Escrituras nos presentan la misericordia como uno de los atributos esenciales con que Dios más ha favorecido a su pueblo a lo largo de la historia salvífica. De hecho Dios se revela a Moisés como un “Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, rico amor y fidelidad” (Ex 34,6). La actitud de Dios-Padre ante la infidelidad del pueblo de Israel a su alianza es ser paciente y compasivo, perdonándolo y acogiéndolo con infinito amor y ternura, dándole la oportunidad de convertirse y regenerarse de sus faltas.
El término misericordia viene de dos palabras latinas miserere que significa pobre y cor-cordis que significa corazón. Una persona misericordiosa es aquella que tiene un corazón sencillo y humilde que puede compadecerse de los demás.
El Antiguo Testamento usa dos términos para hablar de misericordia: rehamîm que describe el apego de una persona hacia otra, como el amor de entraña que siente una madre por su hijo y hesed que significa firmeza, fidelidad, decisión. La Biblia traduce estas dos palabras de diferentes formas como: misericordia, amor, ternura, piedad, comprensión, clemencia, bondad.
El pueblo de Israel hizo experiencia de este amor misericordioso de Dios en Egipto, cuando suscitó a Moisés para librarlo del yugo opresor: “He visto la opresión de mi pueblo, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos” (Ex 3,7).
Israel no pudo mantener este pacto de fidelidad a la Alianza y la rompió varias veces, sin que ello fuera causa para que Dios se olvidara de su promesa. Siempre tuvo compasión de su pueblo. El mejor ejemplo se da con la misericordia que tuvo con David, a quien quiso y perdonó con infinita misericordia, después que éste se arrepintió de sus graves pecados (cf. 2 Sam 11?12,13a). Dios mantiene siempre su fidelidad hasta el punto que envía a su propio Hijo para sellar con su pueblo la Nueva y definitiva Alianza.
En los Evangelios abundan los ejemplos en los que Jesús en sus encuentros con los pecadores les anuncia la verdad, remedia sus males, pero siempre con el mandato de no volver a pecar. Así ocurrió con Zaqueo (Lc 19,1-10); con la mujer adúltera (Jn 8,1-11) y la mujer samaritana (Jn 4,5-29).
Observando por ejemplo el Evangelio de Lucas nos damos cuenta que la misericordia de Jesús se expresa en obras concretas. El samaritano muestra su compasión acercándose y vendando las heridas del hombre que había sido agredido por los bandidos. Asume el problema del desdichado haciéndolo suyo, olvidándose de sus propios planes. Distinta fue la actitud del sacerdote y el escriba que, apoyados en sus propias leyes, podían dar múltiples razones para justificar su indiferencia. Esta parábola (Lc 10,30-37) y las que aparecen en Lucas 15, evidencian que la misericordia no deja las cosas como estaban: saca de la miseria y del pecado.
La misericordia no equivale a la aprobación del mal. Como nos recordará san Juan Pablo II: “El significado verdadero y propio de la misericordia en el mundo no consiste únicamente en la mirada, aunque sea la más penetrante y compasiva, dirigida al mal moral, físico o material: la misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero y propio, cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas de mal existentes en el mundo y en el hombre”[2]. Debemos combatir el mal a fuerza de bien como dice san Pablo (Rm 12,21), pues una cosa es juzgar al pecador y otra rechazar su pecado.
La misericordia no se riñe con las leyes, sino que regenera lo que la justicia no está en condiciones de lograr por sí misma. Es decir que “…la estructura fundamental de la justicia penetra siempre en el campo de la misericordia. Esta, sin embargo, tiene la fuerza de conferir a la justicia un contenido nuevo que se expresa de la manera más sencilla y plena en el perdón”[3].
En la Bula de convocatoria de este año jubilar, el Papa Francisco dice que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre”[4], con lo que nos marca el camino y el paradigma para conocer y explicitar los contenidos de la misericordia: Cristo es el camino y sus obras son el contenido y el método de la misericordia.
3. La misericordia en las enseñanzas del Papa Francisco
No podemos referirnos a este tema dejando de lado el pensamiento del Papa Francisco sobre el mismo. Este ha sido, sin lugar a dudas, uno de los temas claves de las enseñanzas del Papa Francisco desde los inicios de su pontificado. El Santo Padre ha aprovechado todos los escenarios para invitar a encarnar esta virtud en los diversos ámbitos de la vida, no limitándose sólo al plano espiritual o pastoral, sino también en el aspecto social, familiar, económico, cultural y político. Su insistencia es que todas las realidades sean iluminadas bajo la luz del rostro misericordioso de Dios.
El Papa Francisco nos invita a todos a vivir bajo el dinamismo de la misericordia: a los sacerdotes en el confesionario y en las más diversas actividades pastorales, a los padres de familia, a los jefes de Estado, a las familias religiosas, a los profesionales, en fin, a todos los hijos de Dios.
La centralidad de la misericordia en el ser y el quehacer de la Iglesia ha sido expresado por él de diferentes maneras. Sus expresiones, en las catequesis de las Audiencias generales semanales, en el rezo del Ángelus dominical, en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium, en sus homilías y en todas sus enseñanzas, nos ponen en perfecta sintonía con la fuerza y la originalidad de su pensamiento sobre la misericordia.
El actual Sucesor de Pedro ha dicho que la misericordia es el bálsamo amoroso de Dios para con los pecadores, los pobres, los amenazados y marginados de la sociedad y nos recuerda que “la misericordia es el corazón de Dios. Por ello debe ser también el corazón de todos los que se reconocen miembros de la única gran familia de sus hijos; un corazón que bate fuerte allí donde la dignidad humana —reflejo del rostro de Dios en sus creaturas— esté en juego. Jesús nos advierte: el amor a los demás […] es la medida con la que Dios juzgará nuestras acciones. De esto depende nuestro destino eterno”[5].
El Papa hace un insistente llamado a los sacerdotes invitándolos a humanizar el sacramento de la reconciliación, por constatar que algunos sacerdotes dejan de lado el mandamiento del amor compasivo y misericordioso de Dios. También ha exhortado repetidamente a los sacerdotes a “ser misericordiosos en el confesionario” indicando que “uno podrá ser un buen hombre o una buena mujer, pero si no sabe perdonar no es cristiano”.
4. Realidades de nuestra sociedad que claman misericordia
Las parábolas del juicio final (cf. Mt 25,31-46) y del “padre misericordioso”[6], (Lc 15, 11-32) son una invitación directa de Jesús a responder, desde el amor, a las situaciones límites que marginan a los seres humanos. En el relato de estas parábolas, Jesús pide dar de comer al hambriento, dar techo a los sin techo, vestir al desnudo, acoger al forastero, visitar a los enfermos y a los presos, perdonar y acoger al hermano que se ha equivocado.
El cristiano no puede estar despistado del horizonte del Evangelio, distraído con los “fuegos artificiales” de la mundanidad. Por eso, nuestro horizonte debe ser el de pensar, vivir y actuar como Jesús, compasivo y misericordioso ante los reclamos de nuestro pueblo.
A. Constataciones
Vemos esperanzados que el nuestro es un pueblo creyente, alegre, generoso, acogedor, solidario, capaz de generar cualquier iniciativa de ayuda solidaria al prójimo, con una estructura humana y espiritual idónea para hacer el bien y vivir la misericordia.
Pero también constatamos que vivimos en un mundo traspasado por la miseria, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad, la desatención a los más pobres, la injusticia, donde crece la insensibilidad y aumenta “la amenaza de la globalización de la indiferencia”[7]. Es oportuno recordar que “en el plano individual y comunitario, la indiferencia ante el prójimo, hija de la indiferencia ante Dios, asume el aspecto de inercia y despreocupación, que alimenta el persistir de situaciones de injusticia y grave desequilibrio social, los cuales, a su vez, pueden conducir a conflictos o, en todo caso, generar un clima de insatisfacción que corre el riesgo de terminar, antes o después, en violencia e inseguridad”[8] frente a los hermanos que viven desamparados. Con frecuencia encontramos gestos de inmisericordia en nuestra sociedad dominicana, por ejemplo, personas insensibles con hermanos accidentados, que en vez de socorrerlos, los despojan de todas sus pertenencias. Curiosamente constatamos todavía que estamos interactuando con los mismos tipos de personas excluidas o necesitadas a los que Jesús hizo referencia en la parábola del juicio final.
Percibimos que vivimos en una época fuertemente condicionada por las políticas del mercado, donde todo es medido y valorado según la utilidad y la rentabilidad, también las personas. Estas, en términos de mercado, valen lo que producen y valen en cuanto son útiles. Esta concepción mercantilista privilegia el hacer, la utilidad y la apariencia sobre el ser. El Papa ha hablado de la “cultura del descarte” haciendo alusión a este vergonzoso fenómeno social. Los “descartados, los que no cuentan” esperan algún gesto de misericordia de nosotros los cristianos.
Vemos con preocupación cómo la corrupción priva a la población de recursos económicos que deberían ser destinados para satisfacer sus necesidades básicas: educación, vivienda, alimentación, salud, seguridad, justicia, salarios dignos[9]. Otro gesto de inmisericordia, que va en detrimento del desarrollo, es el cobro de “peajes” a los inversionistas, que en vez de estimulárseles se les ahuyenta. La corrupción crea una escandalosa situación de inequidad y desigualdad social, ensanchando la brecha entre personas que se han hecho ricos como por arte de magia, sin otra justificación que haber pasado por el tren administrativo público y una gran mayoría de personas honestas que apenas logran sobrevivir con el esfuerzo de toda una vida de trabajo.
Lamentablemente la impunidad y la complicidad han sido los mejores aliados de los corruptos en los sistemas políticos en todo el mundo. La impunidad es la mejor manera de incentivar a los corruptos a apropiarse de los bienes del pueblo y al mismo tiempo una manera de mal educar a las nuevas generaciones. Los empobrecidos, víctimas del sistema corrupto, piden misericordia para que le sea devuelto lo que en justicia les pertenece para vivir con dignidad.
El incumplimiento de la ley: estamos en un país donde no faltan las leyes, pero no siempre son respetadas y aplicadas o se aplican a los ciudadanos de una manera muy selectiva. Un país donde a “todo se le quiere buscar la vuelta” con tal de evadir hacer lo correcto. Las víctimas de las injusticias claman por un trato más justo y misericordioso.
Estamos iniciando el 2016, un año de contienda electoral en el que se elegirán a los servidores públicos a nivel Ejecutivo, Legislativo y Municipal, del país. Nos preguntamos qué podría aportar la virtud de la misericordia en este mundo tan particular.
Los candidatos en sus discursos de campaña hablan habitualmente de cercanía, de escuchar los reclamos del pueblo, de tener en cuenta las necesidades de los pobres, ser su “voz” en las entidades públicas que ocupen. Sin embargo, percibimos la devaluación de la credibilidad en el ejercicio de la política. La gente percibe que la política es un negocio de fácil enriquecimiento para unos pocos que logran escalar a puestos dirigenciales en el tren gubernamental, y no un ejercicio de servicio a la sociedad y al bien común. Los engañados por falsas promesas electorales claman misericordia.
La inseguridad ciudadana y criminalidad: es altamente preocupante el alto nivel de violencia que ha ido permeando todas las esferas sociales de nuestro país, desde la familia con los feminicidios, hasta los secuestros y el sicariato; segar la vida de un ser humano por un simple celular, hasta tener que soportar la vergüenza de presenciar la implicación en no pocos hechos delictivos de miembros de las mismas instituciones encargadas de garantizar el orden público y combatir la violencia, así como de la seguridad ciudadana y nacional. Las víctimas de la violencia, de la inseguridad ciudadana y la criminalidad claman misericordia.
Nos preocupa grandemente la violación del sagrado derecho a la vida desde sus inicios. La vida, ese don supremo de Dios, es amenazada desde el mismo seno materno así como también por el creciente clima de violencia. Las vidas indefensas también claman misericordia.
Nuestra madre tierra también clama misericordia ante las despiadadas agresiones sistemáticas de las mineras, la extracción de arena de los ríos y la deforestación de sus orillas, la reducción a cenizas por manos criminales de muchos de nuestros bosques, la tala indiscriminada de árboles en nuestras reservas naturales con fines comerciales, en fin, por la brutal depredación a que está siendo sometida la madre naturaleza en nuestro frágil ecosistema insular[10].
Acogemos el llamado sobre el tema migratorio que nos hiciera el Papa Francisco, en nuestra última visita Ad Límina, a tener una atención pastoral caritativa con todos los inmigrantes –en especial a los de la vecina República de Haití-, así como ayudarles a integrarse en la sociedad y darles nuestra acogida en la comunidad eclesial. También asumimos la exhortación a brindar nuestro apoyo “a las autoridades civiles para alcanzar soluciones solidarias a los problemas de quienes son privados de documentos o se les niega sus derechos básicos”[11].
B. Todo esto nos mueve a la siguiente reflexión:
El panorama que vivimos en la República Dominicana nos abre un horizonte propicio para la práctica de las obras de misericordia. Partiendo de nuestra realidad económica, socio-cultural, política y religiosa, estamos desafiados a dar respuestas a estas realidades desde el principio evangélico de la misericordia al estilo de Jesús de Nazaret.
Da la impresión de que nos hemos inmunizado frente a todos estos males que afectan a nuestra sociedad y al mundo, o que hemos ido perdiendo la capacidad de asombro y de reaccionar acorde con el Evangelio y los más elementales intereses del ser humano.
Estas deshonrosas situaciones nos interpelan y nos llevan a dar una respuesta esperanzadora desde el Evangelio de la misericordia. El Papa Francisco nos recordará que “Jesús nos enseña a ser misericordiosos como el Padre (cf. Lc 6,36). En la parábola del buen samaritano (cf. Lc 10,29-37) denuncia la omisión de ayuda frente a la urgente necesidad de los semejantes: «lo vio y pasó de largo» (cf. Lc 6,31.32). De la misma manera, mediante este ejemplo, invita a sus oyentes, y en particular a sus discípulos, a que aprendan a detenerse ante los sufrimientos de este mundo para aliviarlos, ante las heridas de los demás para curarlas, con los medios que tengan, comenzando por el propio tiempo, a pesar de tantas ocupaciones”[12]. Los gestos y acciones de Jesús misericordioso son el mejor estímulo para ejercitarnos en las obras de misericordia.
Las situaciones antes descritas apelan a nuestra sensibilidad ante el hermano que sufre, ante el “herido a la orilla del camino”, convirtiéndose así en una fuerte invitación de Dios para que respondamos con gestos concretos desde la misericordia y la compasión, testimoniando nuestra fe con gestos más que con hermosos discursos (cf. Santiago 2,14-26).
Nosotros, como Pastores, nos encontramos hoy frente a los grandes desafíos de nuestro tiempo que afectan la vida social y eclesial desde el mismo seno de la familia. Estamos llamados, por lo tanto, a ir no solamente a las periferias geográficas, sino a las periferias existenciales… allí donde está el pecado, el dolor, la enfermedad, el rechazo, la violencia, el engaño y la inequidad que genera división y violencia. Como Iglesia estamos llamados a salir al encuentro de las personas que sufren estas situaciones con una renovada y esperanzadora mirada de misericordia.
Preguntémonos sinceramente ¿Cómo reaccionaría Jesús ante la realidad que vimos hoy en nuestra sociedad? ¿Cómo respondería ante estas situaciones? ¿Cómo manifestar la misericordia de Dios hoy entre nosotros? ¿Cuáles gestos concretos de misericordia realizar?
Los seguidores de Jesús estamos llamados a actuar como si el mismo Cristo compasivo y misericordioso estuviera en nuestro lugar, encontrando en Él la fuente viva de inspiración y la iluminación para responder a las “miserias” del prójimo lo más apegadamente posible al Evangelio. Para ser hombres y mujeres misericordiosos tenemos que dejarnos tocar primero por la misericordia del Padre, experimentando en carne propia lo que significa ser perdonado. Pues, difícilmente entenderemos y valoraremos lo que no sea asumido desde dentro por nosotros, es decir, lo que no haya sido procesado por nuestra experiencia. Es necesario abrirse a la misericordia de Dios entrando en un proceso de conversión personal.
5. Las Obras de misericordia
El Catecismo de la Iglesia Católica se refiere al tema de la misericordia de manera práctica, describiendo las maneras concretas de hacerla realidad en nuestra relación con el otro.
El Catecismo es inspirador y desafiante a la vez, porque busca traducir con gestos concretos y comprensibles (obras de misericordia), este atributo de Dios como una respuesta eficaz a las diversas necesidades humanas, sea en el orden espiritual o en el orden corporal. Nos habla de “las obras de misericordia”, entendiéndolas como “acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58,6-7; Hb 13,3).
A. Obras de misericordia corporales
a) Visitar a los enfermos
Abundan en nuestros hospitales enfermos olvidados por sus familiares, o bien, personas que por la lejanía con el centro hospitalario, no reciben visita alguna. También en nuestros barrios y comunidades pobres, hay muchos enfermos que ni siquiera pueden ir a los hospitales y que sufren doblemente: por un lado, los dolores de sus males físicos y, por otro, la ausencia de alguien que les muestre afecto y les fortalezca en la fe. Es bueno dar dinero para los necesitados, pero qué bueno es también darnos nosotros mismos. Compartamos de nuestro tiempo con ellos y llevémosles una palabra de aliento, un rato de compañía a esos cristos sufrientes.
b) Dar de comer al hambriento
Es un mandato de Jesús compartir con el necesitado, nos lo dice muy claro en el Evangelio: “El que tenga dos túnicas, dé una al que no tiene; y el que tenga qué comer, haga otro tanto “ (Lc 3,11). Ante la actitud insolidaria de los apóstoles, que quieren que despache a la multitud hambrienta, después de escuchar sus enseñanzas, Jesús les manda: “Denles de comer ustedes mismos” (Lc 9,13; cf. Jn 6,1-13). Con esto nos enseña también a nosotros a no ser indiferentes ante las necesidades de los demás. El Papa Benedicto XVI nos recordaba que dar de comer a los hambrientos es un imperativo ético para la Iglesia que responde a las enseñanzas del Señor Jesús[13]. Al compartir nuestro pan, no sólo le quitamos el hambre a nuestro hermano necesitado, sino que le mostramos el amor de Dios.
c) Dar de beber al sediento
Con cuánto gusto nos bebemos un vaso de agua fresca después de recorrer un largo trecho para calmar nuestra sed. Pensemos en muchos hermanos nuestros que se enferman porque tienen que calmar su sed con agua contaminada. Hay también muchas personas en nuestros barrios que tienen que comprarla para su aseo diario mientras muchos la desperdician. El Papa Francisco advertía que “privar a los pobres del acceso al agua significa negar el derecho a la vida fundamentado en su inalienable dignidad”[14].
d) Acoger al forastero
Por la acogida al forastero seremos reconocidos en el momento del juicio final, así como por las demás obras de misericordia (Mt 25,35). Existen muchos inmigrantes que esperan nuestra ayuda para poder vivir dignamente junto a su familia, ayuda que debe hacerse presente en toda forma y en todo momento. Como cristianos debemos mostrar el rostro misericordioso de Jesús, poniendo en práctica el amor cristiano por encima de cualquier otra ley.
e) Vestir al desnudo
Es cierto que hoy día hay abundancia de vestidos, pero no todos tenemos las mismas facilidades de obtenerlos. A menudo nos encontramos con hermanos escasos de vestidos. Ayudémosles y seamos solidarios y démosles la posibilidad de tener vestidura limpia y respetable, que les permita reencontrar al Señor en la bondad de los demás.
f) Visitar a los encarcelados
La carta a los Hebreos nos señala en forma de mandato el cumplimiento de esta obra de misericordia: “Acuérdense de los presos, como si ustedes estuvieran presos con ellos” (Hb 13,3). La Iglesia nos llama a llevarles, no sólo cosas materiales, sino el cariño de toda la comunidad y el aliento de Jesús a cada uno de ellos, para que se sientan parte del rebaño del Único Pastor. Y pueda oírse de nuevo el cumplimiento de la profecía: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado por la unción. Él me envió a llevar la Buena Noticia a los pobres, a anunciar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor” (Lc 4,18-21; cf. Is 61,1s).
g) Enterrar a los muertos
Sepultar a los muertos no significa que los olvidemos, por el contrario, esta obra de misericordia corporal nos lleva a la obra de misericordia espiritual que nos invita a rezar por los vivos y los muertos. Es un acto de misericordia mantener sus sepulturas en buen estado, pues en ellas se contienen los restos mortales de aquellos que fueron templo del Espíritu Santo, y que resucitará al final de los tiempos. Como bien enseña el Catecismo de la Iglesia: “En la muerte, separación del alma y el cuerpo, el cuerpo del hombre cae en la corrupción, mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado. Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la virtud de la Resurrección de Jesús”[15].
B. Obras de misericordia espirituales
a) Enseñar al que no sabe
Es un acto de mucha misericordia y solidaridad enseñar a los demás. Pensemos de todo lo que se priva el que no sabe leer y escribir. Con el plan “Quisqueya Aprende Contigo” fueron muchas las personas alfabetizadas. Ojalá se pueda continuar con este proyecto hasta el final. Además, hay que seguir facilitando y ayudando a los ya alfabetizados a que sigan creciendo y desarrollándose en todo tipo de conocimiento y cultura.
b) Dar buen consejo al que lo necesita
Hay muchas personas que comenten graves errores, porque no tienen a alguien de confianza que les ayude a encontrar nuevamente el camino del bien. Para dar un buen consejo es necesario que nosotros mismos hayamos sido aconsejados. Dado que aconsejar es un don del Espíritu, debemos pedírselo a Dios para que con nuestras palabras y nuestras acciones, aconsejemos a los que lo necesitan.
c) Corregir al que yerra
Esta obra de misericordia se inspira en el texto de la corrección fraterna (Cf. Mt 18,15-17). Cuando un hermano nuestro peca o se equivoca, es nuestro deber llamarlo a corrección, pero siempre con caridad. De ese modo, evitamos los comentarios y malos entendidos que tantas veces provocan separación y conflictos en la comunidad.
d) Perdonar al que nos ofende
El acto más sublime del amor es el perdón. Pero ¡Qué difícil es perdonar! En los Evangelios vemos que Jesús enseñó con palabras a sus discípulos la importancia del perdón. La última lección la dio en la cruz, perdonando a sus propios verdugos. En la oración del Padrenuestro nos dice que para que seamos perdonados tenemos que perdonar primero a los que nos ofenden. No esperemos a que los que nos han ofendido vengan a pedirnos el perdón, hagámoslo siempre como nos lo enseña Jesús.
e) Consolar al triste
En el discurso de las Bienaventuranzas Jesús nos dice: “Dichosos los que lloran porque serán consolados” (Mt 5,5). Dios, por medio de su Espíritu Santo, nos consuela. Pero se vale de nosotros para consolar a los demás. Somos consuelo para los tristes, no sólo cuando nos compadecemos, sino también, cuando evitamos ser causa de sus tristezas. Que podamos compartir “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón”[16].
f) Sufrir con paciencia los defectos del prójimo
Es fácil ver la paja en el ojo ajeno y difícil ver la viga en el nuestro. La paciencia frente a los defectos de nuestros hermanos nos hace madurar y crecer y puede ser el mejor camino de ayudarles a su superación. Quien reconoce sus defectos y limitaciones puede ser más fácilmente tolerante con los demás.
6. CONCLUSIÓN
Como pastores, expresamos nuestra preocupación y nuestro apoyo a los hermanos más necesitados de nuestras comunidades cristianas, sintiéndonos muy cercanos a sus reclamos.
Estamos muy de acuerdo con san Ireneo de Lyon cuando afirma: “La gloria de Dios es que el hombre viva” y, agregamos, que viva con la dignidad que otorga el amor misericordioso de Dios.
Nos parece oportuno y edificante recordar que “la Iglesia proclama la verdad de la misericordia de Dios, revelada en Cristo crucificado y resucitado, y la profesa de varios modos. Además, trata de practicar la misericordia para con los hombres a través de los hombres, viendo en ello una condición indispensable de la solicitud por un mundo mejor y « más humano », hoy y mañana. Sin embargo, en ningún momento y en ningún período histórico —especialmente en una época tan crítica como la nuestra—la Iglesia puede olvidar la oración que es un grito a la misericordia de Dios ante las múltiples formas de mal que pesan sobre la humanidad y la amenazan. Precisamente éste es el fundamental derecho-deber de la Iglesia en Jesucristo: es el derecho-deber de la Iglesia para con Dios y para con los hombres”[17].
Nos dice también el san Juan Pablo II: “La auténtica misericordia es por decirlo así la fuente más profunda de la justicia. […] La misericordia auténticamente cristiana es también, en cierto sentido, la más perfecta encarnación de la «igualdad» entre los hombres y por consiguiente también la encarnación más perfecta de la justicia, en cuanto también ésta, dentro de su ámbito, mira al mismo resultado”[18].
Nuestro deseo, en consonancia con el Papa Francisco, es que “la Iglesia se convierta en el eco de la Palabra de Dios que resuena fuerte y decidida como Palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda, de amor: Que nunca se canse de ofrecer misericordia y será siempre paciente en el confortar y perdonar[19].
Con el Papa, invitamos a todo el pueblo de Dios a ejercitarse en la sagrada práctica de la misericordia, cada cual desde el lugar y la situación que le está tocando vivir. Que nadie se sienta excluido de esta responsabilidad. El llamado es para todos sin excepción. El ejercicio es una tarea de todos que hace mucho bien a los hermanos.
Por último, con san Juan Pablo II “supliquemos por intercesión de Aquella que no cesa de proclamar «la misericordia de generación en generación», y también de aquellos en quienes se han cumplido hasta el final las palabras del sermón de la montaña: «Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia»”[20] .
Que nuestra Señora de La Altagracia, Madre de Misericordia, proteja al pueblo dominicano y le conduzca por los caminos de su Hijo, rostro misericordioso del Padre. Y que Dios Padre misericordioso nos conceda la gracia de soportarnos mutuamente, perdonarnos y de ser misericordiosos como nuestro Padre-Dios es misericordioso (cf. Lc 6, 36).
¡Dios les guarde y bendiga a todos!
Conferencia del Espicopado