Está harto comprobado: Manuel Ruiz no destaca por su inteligencia. Chantajear sabe, pero para lo que él hace no se requiere de un cerebro medianamente provisto. Con uno como el de él, basta y sobra. A chantajear pudo aprender en el seminario o, en su defecto, en la práctica. Cual que sea el lugar que lo instruyera, queda mal parado como "experto" y deja en ridículo a sus instructores.
Cabeza de la Pastoral Vida y Familia, Ruiz ha intentado desde siempre imponer a capa y espada la particular visión católica de la moral social. Hasta prueba en contrario, de la vida sabe apenas lo aprendido en la Iglesia, una suerte de ajenidad condicionante (Juan 15:19); de la familia, absolutamente nada. Obediente del celibato, no procrea – otra vez hasta prueba en contrario— ni sufre pulsiones sexuales, aunque el prontuario de Wesoslowski, su defendido, desmienta la castidad sacerdotal. La idea de la familia que sostiene Ruiz es teórico-religiosa, no práctica. La de la sexualidad, es nula. Nunca ha lidiado (otra vez se supone) con los conflictos éticos y morales de pertenecer a esa complicada comunidad que es la familia y, mucho menos, con el traicionero e incitante cuerpo.
Su carta al presidente Danilo Medina “renunciando” a ser enlace entre la Iglesia católica y la Presidencia tiene el olor de lo escatológico, y no en la acepción filosófica, sino en el de la excrementicia. Es una carta cloacal.
Con una penosa escasez neuronal, Ruiz pretende convertir la valiente observación del presidente Medina al Código Penal en presunta lucha por el poder entre éste y el expresidente Leonel Fernández, a quien el rumor público atribuye deseos de volver a Palacio en 2016. ¿Quiere decir Ruiz que Fernández está en desacuerdo con las observaciones al Código Penal? ¿Se lo dijo quién, el propio Fernández o la vicepresidenta Margarita Cedeño, quienes hasta ahora no han dicho esta boca es mía?
Ruiz presume, además, de experto constitucionalista. Reclama que la prohibición absoluta de la interrupción del embarazo es constitucional. Reinaldo Pared, presidente de la Asamblea Constituyente de 2010, afirma que es falso, y remite como prueba al artículo 42 de la Constitución, que deja una brecha al aborto. Así que, incluso por ahí, hace aguas el “alegato” de Ruiz.
Pero si algo reprochable hay en la carta de Ruiz a Medina, es su manipulación de la pública religiosidad de la primera dama Cándida Montilla. Su presunción de que el "sufrimiento" de ella (¿quién le dijo que sufre?) por las observaciones presidenciales al Código Penal solo Dios lo sabe, es un indignante mensaje subliminal: Medina está en dificultades de pareja. Por respeto a una mujer que ha sabido conservar distancias, debemos rechazar la afirmación de Ruiz de que“Jesucristo será su cirineo para ayudarle a cargar esta cruz tan pesada”, queriendo significar que ella no comparte las posiciones del Gobierno.
No hablemos del intento de este cura tan peculiar de hacer valer sus amenazas de castigar electoralmente a Medina y a quienes, habiendo apoyado las observaciones presidenciales al Código Penal, opten por cargos electorales. Por suerte, ya lo dijo Bienvenido Álvarez Vega: en la República Dominicana no existe el voto religioso. Lo demostró con creces esa mujer y diputada inigualable Josefa Castillo, que obliga a quitarse el sombrero.
Pero hasta aquí. Salvo que alguien necesite un vomitivo, no vale la pena continuar glosando la carta de Ruiz. Como vivimos en una sociedad democrática, quien quiera leerla completa, que lo haga: descubrirá hasta dónde la Iglesia católica está ideológicamente en retirada.
Apoyemos a Medina… aunque no lo necesite.
Margarita Cordero
LA OPINIÓN DE LA DIRECTORA
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